sábado, 28 de mayo de 2011

GETSEMANÍ


Sabes, Señor, que éste episodio de la vida de tu Hijo siempre me estremeció. Y no por aquello de sudar sangre, ni siquiera por ver tan angustiado al Hombre más bueno que hubo y habrá en nuestra raza, aunque todo ello me inspire sentimientos que no son sólo de compasión. Me estremece, Dios mío, la confianza ciega que tenía en ti. Había hecho siempre tu voluntad Toda la encarnación desde sus orígenes hasta su desenlace redentor, era tu voluntad. El era tu voluntad realizada, hecha a la perfección hasta lo inimaginable. Intuir lo que le espera, con todo el cortejo de pasión acumulada hasta la muerte atroz, puede hacer pensar en miedo o dudas a última hora. Pero tengo claro que no pudo ser así. Hubo tal identificación con tu querer, con tu plan salvador, que, trajera lo que trajera, era asumido por El conscientemente. Nadie me quita la vida, la doy yo porque quiero escribirá más tarde Juan. Mayor conciencia y libertad no se conciben.

Esto no impidió, Señor, todo lo que una humanidad verdadera siente o padece, desde los sufrimientos atroces hasta el sueño de los suyos en la hora suprema. Pero hay algo, Dios mío, que no pude comprender nunca, cuando tantos han hablado de tu abandono y hasta llegué a creérmelo Como si Tu te hubieras retirado dejándole solo, sometido a la crueldad de los acontecimientos. Como si el Amado no lo fuera, como si el Hijo querido, el pre-dilecto, no fuera bendecido sino maldecido por ti.

¿Tú le abandonaste, Señor? Todos los evangelistas ponen en su boca las palabras "Padre mío" siempre que se refirió a ti desde Getsemaní hasta la muerte en cruz. Solo Marcos y Mateo ponen, al borde ya de la muerte, las del salmo 22.2. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Marcos hasta parece que reserva la palabra Abbá para este momento de Getsemaní, donde teóricamente comenzaría tu abandono. Tú no lo abandonaste, Señor, y, además, El lo sabía. No puede ser de otro modo, se abandona lo que no se quiere, se deja lo que no se ama. El no dejó nunca de ser tu Hijo amado y, lo que hacía, era realizar tu amor entrañable a los hombres hasta el final. Allí donde hay verdadero amor, donde está tu amor, allí estás Tú. Tu libertad absoluta respeto la historia de libertad equivocada de los hombres, no moviendo un dedo para salvarle ni cambiando el curso de los acontecimientos. Pero allí, cercano, estabas Tú. No se explica de otro modo que Marcos haya reservado para éste momento la palabra Abbá y que todos los evangelistas usen la misma expresión familiar en boca del Hijo para hablar contigo en medio de la confusión y tristeza infinitas que el desenlace le provoca. Y El te sintió así, cercano, unido a Él en su existir dolorido y en su empeño que era el tuyo, Padre.

Y creo, también, que este fue su gran dolor porque lo que se avecinaba no era sólo dolor suyo sino tuyo. Amar tanto hasta el extremo de entregar al Hijo, y ver la respuesta del hombre, acumulando en un instante los siglos, hecha de ignorancia, incomprensión y rechazo de tanto amor junto, fue un sufrimiento indecible que sólo la expresión sudar sangre podía de algún modo revelar. Tuvo que decir: "si es posible pase de mí este cáliz", no porque quisiera echarse atrás y sintiera miedo, sino porque, desde tu cercanía sentida, comprendía todo el horror que tu amor vejado y crucificado te producía. No hubo abandono ni miedo, sí tristeza y dolor juntos, agolpando con prisa todo el horror que, ante el mal acumulado, sólo puede sentir un Dios que es Amor.

Getsemaní, Señor, con el sueño de los íntimos y su incomprensión del momento, con tu cercanía y tu horror es revelación grandiosa de tu incomparable amor, de tu cercanía en la contradicción y el dolor, de tu silencio nunca cómplice ante la libertad humana, de tu libertad soberana de ser Dios, de ser Abbá de Jesús y Padre nuestro, de dominar los acontecimientos dejándoles seguir su curso para que al final realicen tu voluntad

No hay comentarios: