domingo, 22 de mayo de 2011

2.VII. La preparación de las ofrendas


Es la primera parte de la liturgia eucarística propiamente dicha. Antes la llamábamos ofertorio, pero, desde la reforma hecha se ha optado por “presentación de las ofrendas”, respecto de ella queremos precisar también algunas cosas.

Una de ellas es recabar la importancia de este sencillo rito en la celebración. No es que queramos recuperar la excesiva importancia que se le daba como ofertorio, pero sí que se manifieste y se viva su significado, sacándolo de la rutina en la que tantos lo han metido. Si nos fijamos como frecuentemente se realiza, vemos que lo realiza exclusivamente el sacerdote, sin intervención de la asamblea -con la procesión hasta el altar por ejemplo -, diciendo las oraciones en secreto o juntando en una sola la del pan y la del vino, mientras la asamblea -a veces solo un coro - canta una canción que muchas veces no tiene nada que ver con la ofrenda que se hace. La presentación de las ofrendas es algo importante y tiene su significado. El Concilio dice expresamente: “que los fieles participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a si mismos juntamente con ella (LG. 11 a) porque “en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía” (LG. 10.b). No es algo solo de quién preside y mucho menos para hacerla rutinariamente.

“Es una práctica recomendable -afirma el Ordo (OGMR.49) que el pan y el vino sean presentados por los fieles... aunque ya no traigan, como en otros tiempos el pan y el vino de sus casas, este rito de presentación de las ofrendas conserva su valor y su significado espiritual”. A raíz de la reforma se impuso en la mayoría de las celebraciones, especialmente las dominicales y festivas, pero hoy se suele realizar poco salvo en las de niños y algunas más especiales.

Además del pan y del vino en estas celebraciones más solemnes en las que se hace, se ha impuesto la ofrenda de otras cosas. No es una novedad, si queremos la comunión con Cristo no podemos vivirla olvidándonos de los demás, especialmente los más pobres e indigentes. Ya el apóstol Pablo, con gran vehemencia, se lo expresaba así a los de Corinto: “Cuando tenéis una reunión os resulta imposible comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿Será que no tenéis casas para comer y beber? o ¿es que tenéis en poco a la asamblea de Dios y queréis abochornar a los que no tienen? ¿qué queréis que os diga? ¿que os felicite?. Por esto no os felicito”(1ªCor 11,20-22). En una época de crisis y hambre es una llamada urgente para significar mediante la ofrenda en la Eucaristía la cercanía y remedio de los hermanos más pobres mediante la nivelación de nuestras economías, bien en especie o bien en dinero que puede resultar más cómodo. Ahora este tendría que ser un rito generalizado, siempre que los fieles tengan la seguridad de que es para compartir el peso de los pobres no para los caprichos de quienes dirigen las comunidades.

Pero ¿es esto lo que vemos en algunas celebraciones? No. Se ofrecen lo mismo una plancha, que una labor manual, que un libro, que... y, al terminar la celebración se la llevan a sus casas de donde las han traído. ¿A quién la han ofrecido y para qué? ¿no se hacen para ser compartidas?. Muchas de estas cosas se hacen para que los niños intervengan y también los adultos, a veces se busca con esto la participación, otras caen en el lucimiento, otras para evitar aburrimientos...

Antes también se daba bastante importancia a la mezcla del agua con el vino pero hoy ha pasado a ser algo prácticamente irrelevante, porque la oración que la acompaña se dice en secreto. Pero no deja de tener su significado e importancia. Ya en el año 258, san Cipriano lo manifestaba así: “Si alguno ofrece solo vino, sucede que la sangre de Cristo se encuentra sin nosotros. Si solo se ofrece el agua, es el pueblo el que se encuentra sin Cristo” (Epis LXIII. Ad Coecilium. CSEI III, 711). Las palabras que acompañan la acción de mezclar el agua con el vino indican el significado de lo que se hace: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quién ha querido compartir nuestra condición humana”(Del Misal). Es un símbolo de la unión que se hace realidad y se fortalece en la Eucaristía entre los creyentes y el Señor en su ofrenda y entrega que se realiza en la Misa.

El rito se completa con algo ya apuntado más arriba, que con la ofrenda que el Señor resucitado hace de sí mismo al actualizar su único sacrificio, va unida la ofrenda que los fieles hacemos de nosotros mismos, con todo lo que deseamos, queremos, vivimos y vamos a realizar en el día, la semana, etc. Todo nuestro ser con nuestros deseos y actuaciones, se hace ofrenda con el pan y el vino que van a ser consagrados. En la Plegaria III se dirá expresamente: “que Él nos transforme en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad... “(Del Misal).
 

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