domingo, 22 de mayo de 2011

2.VI.- Nuestra debilidad necesita ayuda

 
Después de escuchar la Palabra de Dios, que nos interpela y compromete siempre, hemos respondido a ella confesando nuestra fe que es mucho más que recitar el credo. Pero nos vemos muy lejos de lo que hemos escuchado y confesado. También con miedos para afrontar aquello a lo que nos compromete. Por eso la celebración continúa implorando la ayuda de Dios, concluyendo el rito de la Palabra con la oración de los fieles. Ha sido este uno de los logros importantes en la renovación de la misa, hecha en el Vaticano II:"Restablézcase la "oración común" o "de los fieles" después del evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que, con la participación del pueblo, se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero"(SC. 53).

Es este un momento importante en el que, ante lo que la Palabra nos ha dicho y nuestra fe confiesa, nos levantamos de nuestra impotencia y fragilidad en una súplica para que el Señor nos ayude a serle fieles en lo que hemos escuchado y confesado. Lo hacemos unidos a Jesucristo, nuestro único valedor sin el que seria imposible remediar en nosotros y en los demás las deficiencias que tenemos y a comprometernos en su superación. Por eso sobra toda rutina, las generalizaciones que no comprometen a nada, el refugiarnos en lo de siempre, los discursos encendidos, el pedir cada uno por su problema. Muchas tienen el mismo soniquete cuando la oración es confiada a la espontaneidad: "por los enfermos", "por la paz del mundo","por los que tiene sida etc., son generalizaciones que dejan a Dios la solución sin interpelamos a no­sotros sobre lo que hay que hacer por la paz en nuestra familia, vecindad, parroquia... que es una forma en la que podemos vivir la universalidad comprometiéndonos a hacer algo que está en nuestras manos, no solo en las de Dios. Seria imperdonable que estuviéramos pidiendo por la unidad de la Iglesia y no hiciéramos nada por solucionar las divisiones en la parroquia o la diócesis. Al tener en la Plegaria, después de la consagración, toda una serie de intercesiones, para evitar la duplicidad y sin renunciar a la universalidad en lo concreto, debemos conectar la oración de los fieles y sus peticiones con la Palabra que nos ha sido trasmitida.

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