lunes, 21 de marzo de 2011

La identidad cristiana y la Memoria de Jesucristo


(En torno a la Eucaristía)

El siguiente escrito ha tenido un origen muy concreto. Tuvimos un curso entero dedicado a profundizar en la Eucaristía a razón de una reunión semanal. Una semana se dedicaba al trabajo del grupo sobre un cuestionario que se les entregaba previamente. La semana siguiente teníamos una exposición catequética sobre cada tema concreto que el grupo iba reflexionando. A través de las reuniones iban saliendo cuestiones, dudas, preguntas, etc. Que se respondían en las exposiciones, aunque por la dificultad del tema, ¡nada menos que el Misterio Eucarístico!, necesitaban ser puestas por escrito a disposición de todos.
Este ha sido su origen, volver sobre algunos temas, tratando de aclarar en lo posible lo que pudiera estar dudoso y para tenerlo para la reflexión personal.
Lo hemos dividido en dos partes fundamentales. La primera, más teórica, partiendo de la búsqueda de nuestra identidad cristiana, va mostrando la centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana, en la Iglesia, en la liturgia y en el mundo universo. Se fija especialmente en aquellas cuestiones que ofrecieron más dificultad a quienes siguieron el curso. Por eso nadie debe buscar en este escrito un tratado sistemático completo sobre la Eucaristía. Los hay muy buenos y completos.
La segunda parte se ha hecho siguiendo la celebración de la misa. Es más pastoral y litúrgica y responde a preguntas que se hicieron y preocupaban a los asistentes. Por tanto tampoco es un tratado sistemático sobre la misma ni sobre todas y cada una de sus partes. Se fija y resalta ritos o partes que debemos rescatar de la rutina y manifestar su importancia para nuestra vida.
Como epílogo le hemos añadido un comentario orado al cántico eucarístico "Quédate con nosotros" en el que pedimos que el Señor que se ha hecho Presencia en la celebración no pase de largo sino que se quede con nosotros porque " está atardeciendo y el día va ya de caída " (Lc, 24,29).
INTRODUCCIÓN
Indican los entendidos que una de las características del hombre postmoderno es la de recabar para sí diversas identidades, según sean las circunstancias en las que se desenvuelve su vida y las relaciones que estas crean. Así, si está en familia su identidad es la de un padre o una madre o un hijo, pero si está en su trabajo allí su identidad es la de un profesional sin tener nada que ver con su condición familiar. Si es católico lo es y lo vive mientras está en la iglesia o su ám­bito, pero esto ya no tiene que ver ni con su condición familiar o profesional o a la hora de divertirse. No es que se esté poniendo disfraces, como en un carnaval permanente, como algo externo a él mismo, no, sino que es poliédrico y vive y se siente a si mismo distinto en cada una de sus dimensiones, porque se comprende con diversas identidades a sí mismo. Todo ello apoyado por una cultura y unos medios que le empujan precisamente a eso, a experimentarse distinto y a vivir cada identidad como si fuera la única aunque cambie en la situación siguiente.
Esta característica del hombre postmoderno nos pregunta muchas cosas pero, entre todas ellas, la principal es esta: ¿cabe la posibilidad de que este hombre que vive fraccionado en diversas identidades, pueda vivir una sola identidad en todas sus dimensiones? Y ¿cuál seria esa identidad? A esto deseamos responder. Creemos que hay una identidad que puede ser reconocida y vivida en todo nuestro existir, que puede dar a este hombre fraccionado la auténtica unidad que necesita.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que no podemos partir de cero. En nuestra existencia no podemos hacer borrón y cuenta nueva, seria tanto como borrar nuestro pasado, condenarnos a una amnesia que ni nos permitiría saber quienes somos ni haría posible saber a donde vamos. Tenemos un pasado que no es un simple almacén de recuerdos sino una historia, que ha permitido la construcción de un presente y que puede ser actualizada por la memoria y edificar un futuro. Nos permite comprendernos a nosotros mismos, tener una interioridad y una conciencia que son como el alma de nuestra persona. Cuando sabemos quién somos y hacia donde caminamos esto nos permite seguir un rumbo, una línea de realización y rechazar aquellas influencias que puedan impedírnoslo. Cuando alguien no sabe quien es ni a donde va está sometido a todas las influencias que pervierten nuestra conciencia y nos impiden desarrollarnos como personas.
Hemos apuntado estas ideas a modo de introducción para este trabajo, porque, como cristianos, tenemos una identidad que fundamenta toda nuestra existencia y que se manifiesta en todas sus dimensiones y relaciones. El cristiano no es un hombre fraccionado por diversas identidades, tiene una sola identidad que se vive desde un pasado que se actualiza en el presente y se proyecta en el futuro. Esta existencia cristiana tiene un centro que hace posible esa única identidad y unifica todas sus dimensiones y relaciones. Ese centro, como iremos viendo a lo largo de este escrito es la Eucaristía.
 

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