lunes, 14 de marzo de 2011

DEL MÁS ACÁ Y DEL MÁS ALLÁ (II.V)

V.- La Eucaristía alimento de Vida Eterna

Esa situación de gracia que vive el creyente y que conlleva la filiación divina, la inhabitación y el ser humanidad –cuerpo- de Cristo, el Señor no quiso dejarla sin una visibilización de su presencia gloriosa. Pero ésta es tan inabarcable y tan luminosa que de mostrarse plenamente –como actualmente es- no sólo no la abarcaríamos sino que nos dejaría sin libertad. Por eso buscó un medio, una mediación, que le permitiera presencializarse y que nosotros pudiéramos asumir sin quedar trastornados por la grandeza del Misterio. Esta mediación es la Eucaristía. Ella es presencia y memoria del Cristo glorioso con quien el Espíritu nos identifica. El padre nos da a su Hijo como verdadero pan de Vida. El Hijo, una vez encarnado y ya glorificado, se da como alimento vivo que baja del cielo. Y es el Espíritu quien hace posible esa realidad salvadora con su fuerza de transformación. En la Eucaristía está involucrado todo el Misterio Trinitario. 

No se trata de una presencia física, esta no corresponde a una existencia gloriosa como es la actual de Cristo. Jesús utilizó una realidad sensible –comida y bebida de pan y vino- para hacerse presente, seguir ofreciéndose como en la cruz y darse a los creyente para que tuvieran Vida, no una vida sometida a la muerte, sino Vida eterna. ¿Por qué vida eterna? Porque es la que corresponde a su existencia gloriosa. Y ¿cómo lo hace? Identificándonos con Él por una asimilación que no es sólo asemejarse a Él sino dejarse incorporar como el alimento en sustancia propia para hacernos –comunión- con Él. Todo ello corresponde al modo de ser de su Presencia, que no es de orden físico, es una presencia de una realidad de orden sacramental en el que, a través de una realidad sensible, se simboliza y se realiza una realidad trascendente, de orden sobrenatural. Jesús es el pan vivo que da la Vida eterna porque lo que ofrece y da es a sí mismo que, glorificado, es necesariamente eterno. Por eso el que cree en Él y come su carne y bebe su sangre tiene Vida Eterna (Jn. 6,54). No dice el texto de Juan “tendrá”, en futuro, sino “tiene”, en presente. Con lo cual el evangelista pone de manifiesto lo que venimos insistiendo que la Vida –que es Él y se nos da en la Eucaristía- es de tal naturaleza y calidad ya aquí, en nuestra existencia histórica, que es necesariamente eterna. De aquí la centralidad de la Eucaristía en la vida de un creyente, no sólo por lo que significa y conlleva, sino también porque es el alimento imprescindible para tener Vida y que esta crezca y llegue a ser plena.
 

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