lunes, 14 de marzo de 2011

DEL MÁS ACÁ Y DEL MÁS ALLÁ (III.I)

Tercera parte: La Parusía: Instauración definitiva del Reino de Dios

Introducción 


La palabra parusía es rara para nosotros. Los antiguos la utilizaban para designar las venidas aparatosas, las manifestaciones ostentosas, toda la parafernalia que rodeaba las visitas de emperadores, reyes o gente importante o personajes poderosos. Entre nosotros, para la fe de la Iglesia, es utilizada para designar lo que con otras palabras confesamos en nuestro credo: que el Señor vendrá con gloria. ¿A qué venida nos referimos? Porque el Señor ha venido, podemos decir que sigue viniendo y decimos que vendrá. Ha venido en la humildad de la carne en lo que llamamos encarnación, está viniendo en su Espíritu permanentemente en su Palabra, en el sacramento, en la comunidad creyente, en el pobre, etc. No nos referimos a estas venidas, sino a una que está en futuro “vendrá” y no lo hará de cualquier manera, ni ocultamente, ni sólo para unos pocos, porque será “con gloria”.


I.- COMO COMPRENDERLA MEJOR. 

1.- DESDE EL AMOR DEL PADRE. El punto de partida no puede ser otro que  el que nos describe la Escritura. Esta nos dice: “que todo fue creado por Él y para Él” y “todo tiene su consistencia en Él” (Col. 1, 16-17); que por su muerte y resurrección “Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre” (Flp. 2,9), llevando la historia a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef. 1,10). Este ha sido y es el plan de Dios: recapitular en Cristo todas las cosas. 

La parusía marcará el momento en que todo esto llegará a su plenitud y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Flp. 2,10). Dar gloria es reconocer y manifestar el poder y la autoridad del amor de Dios manifestada en el Viviente (Apc. 1,18), en esa Santa Humanidad del Hijo. El es el “homo vivens” de San Ireneo que nos hace vivir “en la esperanza de que su hijo Jesús… se manifieste desde el cielo” (1ª Tes. 1,10) y cuando “aparezca Cristo nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él (Col. 3,4). 

Todo lo que le corresponde como Hijo de Dios –creación, consistencia, finalidad, etc.- al unir en su persona a una naturaleza humana singular, le corresponde también a esta Santa Humanidad que es humanidad del Hijo. Esto ha permanecido velado por la kénosis –anonadamiento- del Hijo hasta su exaltación gloriosa donde esa Humanidad será reconocida en su dignidad divina, su poder y autoridad nacidos de su amor sin límites. Esta ya lo es por su cruz y resurrección, pero tendrá que manifestarse en su plenitud y reconocida por toda la humanidad que ha sido afectada por su encarnación y redención. Esta adhesión y reconocimiento lo haremos todos los hombres porque somos parte del proyecto del Padre y en él hemos participado, por ello Dios quiere respetar nuestra libertad haciendo que tengamos parte en lo que hemos participado. Ahora, mientras dure nuestra historia, no puede manifestarse la plenitud del proyecto realizado en Cristo porque es de tal grandeza,  luminosidad y contundencia que liquidaría nuestra historia. 

En la Parusía se mostrará el amor del Padre sin límites hacia la Santa Humanidad del Hijo. No nos podemos hacer una idea de esta manifestación, nos dejaría sin libertad, sin posibilidad de elección ante una seducción de tal magnitud. Porque el Padre  no tiene amor sino “que es amor” (1ª Jn. 4,8). Decir entonces que el Padre manifestará su amor al Hijo no quiere decir que el Padre de algo al Hijo, sino que se da Él mismo al Hijo como el Hijo es y está que es encarnado, con una Humanidad asumida en la unidad de su persona ahora resucitada y gloriosa. Es decir será la manifestación plena de la comunidad trinitaria. La pertenencia de esa Humanidad al misterio trinitario. 

En nuestra historia individual y comunitaria nosotros hemos conocido y participado por la gracia esta realidad, pero siempre a través de mediaciones que nos hacían vivirla en comunión con el Padre y con el Hijo “pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó” (1ª Jn. 1,2), pero veladamente, como en un espejo “ahora somos ya hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es” (1ª Jn. 3,2). 

Por tanto su venida con gloria en primer término sólo puede entenderse como la manifestación sin límites del amor que es el Padre, lo cual lleva consigo la revelación plena de quien es el Hijo. 

2.- LA REVELACIÓN DEL HIJO. Mientras vivimos aquí, en la historia presente, ante la manifestación de Jesucristo, caben dudas, prejuicios, ignorancias conscientes o inconscientes. A su presencia llegamos por la fe que se produce como respuesta agradecida ante su manifestación siempre gratuita. Pero esta se produce veladamente. Es mediante la Palabra, el sacramento, la comunidad o el testimonio de los creyentes, los pobres, la Iglesia etc.… Es a través de ellos como llegamos a la manifestación del Hijo. Pero, desaparecido el velo de las mediaciones, la manifestación se hace clara como la luz del día. Lo que nosotros hemos vivido, anunciado y celebrado en ellas ahora lo contemplaremos en su verdad. Ya no caben las dudas ni las ignorancias. Era el Hijo de Dios quien por su espíritu nos estaba llevando e in-corporando a su Humanidad. Su filiación estaba en la base de todos los procesos de fe porque era el origen de nuestra propia filiación. Porque Él es el Hijo de Dios nosotros somos hijos de Dios. Es ahora cuando se contempla esa relación en toda su verdad, cuando se revela en su plenitud lo que hasta ahora permanecía oculto, solo visible en el claro-oscuro de la fe (1ª Jn. 3,1). Ese hombre, verdadero hombre, muerto y resucitado, era y es el Hijo de Dios. Por la fe nosotros hemos conocido esta realidad y la hemos vivido y celebrado en nuestra vida cristiana pero de forma velada, pero llegado este momento, se corren todos los velos, se desvela todo lo oculto, se manifiesta lo que estaba latente, se revela el Misterio oculto en la historia, lo que la movía. Es la plenitud de la revelación,  ahora vemos “cuanto amor nos ha tenido Dios” (1ª Jn. 3,1) porque el Padre es amor y nos ha amado siempre. Es lo que está mostrando el Hijo, toda su obra en nosotros era obra del Padre. Nos estaba diciendo al Padre y el Padre, en Él y por Él, nos estaba mostrando su amor inefable. “A la divinidad nadie la ha visto nunca; el Único Dios engendrado, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación” (Jn. 1,18). 

En el ahora de la Parusía todo ello aparece en el esplendor de su verdad. Se quedan chicas las palabras para expresar la grandiosidad del acontecimiento. 



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