domingo, 6 de marzo de 2011

DEL MÁS ACÁ Y DEL MÁS ALLÁ (I.III)

III.- LA MUERTE ¿SÓLO UN ASUNTO TÉCNICO? 

1.- Cómo piensa hoy una mayoría

Sorprende, desde los preámbulos que hemos establecido, el silencio con que la sociedad actual, y en ella nosotros mismos los cristianos, tratamos de cubrir todo lo relacionado con lo definitivo que se inaugura con el tránsito de la muerte. Silencio y, para ello, se reduce a un asunto técnico y limitado al ámbito de lo privado. Como el comienzo de lo último lo sitúan en la realidad de la muerte entonces hay que silenciarla. Que se ocupen de ella un personal especializado, en lugares específicos, lo más lejos posible de nuestras casas y de nosotros mismo. Un asunto técnico, tratado por técnicos y en lugares también técnicos. Fuera de donde corre la vida y donde no haga preguntas a nadie. Muerte y vida son, para una gran mayoría, irreconciliables. ¿De verdad es esto así?, ¿no es la muerte, y todo lo que con ella se inaugura, un acompañante de la vida?, ¿no es un asunto humano mucho antes que técnico?, ¿no es también social además de privado?, ¿no es un asunto eclesial y comunitario?, ¿no grita preguntando a la vida?, ¿no será que nos molestan sus preguntas y por eso queremos silenciarla?
 
Efectivamente, ante ésta realidad última y definitiva se relativizan muchas cosas, todas las ambiciones y caen todos los tópicos. ¿Para qué acumular tanto?, ¿consumir tanto, sobresalir tanto?.. Mejor es silenciarla. No queremos cerca esta realidad pero, sin embargo, ella sigue gritando. Relativiza muchas cosas a las que en esta vida damos prioridad y por las que muchas veces sacrificamos lo que en realidad no se merecen. La muerte no devalúa nada pero sí lo coloca en su sitio. Esto o aquello puede tener importancia pero no la que le damos, y, otras muchas, no tienen importancia alguna.


2.- Muerte y vida están relacionadas


La naturaleza humana se mueve en la necesidad de morir que le impone su limitación y contingencia. Esto nos dice que, desde que nacemos, estamos sometidos a este proceso y a esta presencia de la muerte en nuestra vida. Aquí  nadie tiene que demostrar nada pues nos movemos en el plano de la evidencia, manifestada en la siempre experiencia de existir. También nos dice que el proceso de morir pertenece al interior, a la esencia misma de nuestra existencia histórica. Los existencialistas lo manifestaron con claridad. En este sentido somos seres para la muerte. Solo por esta razón no podemos trivializarla como si fuera algo sin importancia. Pero nosotros no somos naturaleza igual en todos aunque envasada en sujetos diferentes. Somos personas y, como tales somos seres libres. De aquí el carácter personal y libre que tiene dicho proceso. Ante él debemos posicionarnos si queremos ser seres libres. No nos podemos dejar llevar por la necesidad de la naturaleza sino asumir lo que ésta ofrece y vivirlo en libertad. Entonces todo el proceso y su conclusión no engendra sometimientos irracionales ni miedos sino que, conscientes de su importancia, se asume y se le da sentido haciéndonos dueños del morir y no esclavos ante la muerte. Esto es de una importancia decisiva. La muerte es el límite obligado de nuestra existencia y el proceso de morir está  permanentemente asediando la vida. Ambas cosas son de tal importancia que nos obligan a situarnos ante ellas, a asumirlas y a darles sentido. Esto permitirá también ser dueños del acontecimiento –morir- y no dejarnos arrastrar por él –morirse-.


Si esto es así desde una simple reflexión humana, recibe una plenitud de sentido desde la fe cristiana. Porque, en efecto, para los cristianos, que reconocemos un Dios creador y Padre nuestro, sabemos que tiene un plan sobre nosotros, que obedece exclusivamente al amor que nos tiene. Y ese plan nos conduce a una plenitud en un futuro que ya se ha realizado en Jesucristo. Lo importante es ese plan y esa realización. A él obedece nuestra auténtica historia desde el ser concebidos hasta el morir. Para esto fuimos elegidos antes de la constitución del mundo (Ef. 1,4), en él vivimos, nos movemos y existimos (Heb. 17,28), hasta lograr nuestro auténtico destino (Ef. 1,3-14). Todo en nuestra existencia está en función de esta realidad para nosotros y para los demás con quienes formamos un solo cuerpo, que es el de Cristo. Esto lo pone de relieve la muerte y el cristiano lo sabe, lo vive y lo celebra, porque ha sido introducido en el dinamismo de la muerte y la resurrección del Señor. Va muriendo a lo largo de toda su existencia para ir resucitando. La muerte biológica culmina ese proceso, cuando llegamos a nuestra edad en Cristo (Ef. 4,13). Esto no podemos silenciarlo, ni  podemos dejarlo en manos de técnicos para ser técnicamente tratado. Es lo que ha sido nuestra vida y lo que es su finalidad lo que cada muerte está gritando. Es la tensión que pone de manifiesto el apóstol Pablo (Rom. 5,12 ss; Ef. 2,1-10) cuando nos ve sometidos, en nuestra contingencia y ámbito de pecado, a la amenaza permanente de la muerte y que, en la resurrección de Jesucristo, ya actuante por la fe y el sacramento en el cristiano, hemos sido liberados. Desde ahí se ha dado una plenitud de sentido al existir y se ha engendrado una esperanza que nos permite superar la amenaza y el miedo y conseguir la derrota de la muerte que los provocaba.


3.-  La importancia de la muerte


Despojando a la muerte de su tragicidad no le restamos nada de la importancia que tiene. Por lo que vamos viendo es un acontecimiento cuyo proceso ya estamos viviendo, que en su final supone la disolución del existente humano, el acabamiento de su relación personal, familiar, social... en este mundo pues es el cese de esta vida y de esta historia... Pero vividas por el cristiano desde la esperanza terca de que porque Él resucitó nosotros resucitaremos, no desde la amenaza y contundencia que tiene la última palabra.


Importancia también porque no es fin sino tránsito, porque hace posible el encuentro con el Señor, nos abre la puerta de lo indecible porque “ignoramos lo que Dios tiene preparado para los que le aman (1ª Pdr. 1,3-5; 1ª Cor. 2, 9-10)”. Es el cumplimiento de toda promesa y de nuestra esperanza. Pablo lo reconocía así: “acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos... si con Él morimos viviremos con Él, si con Él sufrimos reinaremos con Él (Tim. 2, 8-13)”.


4.- Es un asunto humano


Todo lo dicho nos muestra que estamos ante el acontecimiento humano por excelencia. Afecta a toda nuestra historia, es parte de nuestro existir, es ineludible dado que todos pasaremos por ello, no podemos evitarlo sin darle una respuesta, pues es donde la libertad realiza la decisión más importante y trascendente (1). Es todo lo que es nuestra vida y ha sido -pues pertenece al ser mismo de la vida- lo que es afectado por ella. ¿Hay algo más humano que nosotros mismos y nuestra propia historia? Volvemos a repetirlo: no es un asunto técnico sin más es un asunto profundamente humano.


Es personal. Afecta a todos pero a cada uno de distinta manera. El sello personal hace que sea diferente en cada uno. Y es vivido personalmente, siendo infinitas las vivencias y la respuesta a todo el proceso y a su desenlace. Es cierto que todos somos llamados y que todos resucitaremos, pero el todo no diluye el cada uno. Somos personas elegidas y llamadas por el Dios Padre que nos creó y nos convoca a vivir nuestra filiación y fraternidad, ya aquí en arras y promesa y, más tarde, en su plena realización. Nos conoce por nuestro nombre y nuestra historia y con ellos morimos pues muere la existencia histórica que somos. Tan personal que somos llamados cada uno a responder y nadie podrá responder por nosotros. ¿Por qué? Porque así como la muerte es una certeza absoluta, también  es  la mayor  posibilidad  que  tenemos  de  lograr  nuestra  plena realización, de alcanzar nuestro Futuro absoluto. Es cada uno quien va viviendo el proceso y es cada uno quien llega a su fin y su destino. “Al que salga vencedor le daré maná escondido y le daré también un guijarro blanco; el guijarro lleva escrito un nombre nuevo que sólo sabe el que lo recibe” (Apc. 2,17).


(1) Ruiz de la Peña O. C. 6.25


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