lunes, 21 de marzo de 2011

1.II.- La Eucaristía es la fuente y el fin de la evangelización


Dentro de la multiplicidad de razones que justifican calificar a la Eucaristía como fuente y fin de toda evangelización, hay dos que llaman particularmente la atención en un escrito como éste.

1.- Una es que, mediante la Eucaristía, el Señor manifiesta su gloria, que al mismo tiempo es gloria del Padre y hace a su comunidad gloria suya. Si por gloria entendemos el boato, la pompa, las manifestaciones estruendosas, etc. no entenderemos nada y hasta podemos poner en duda la afirmación hecha porque, ciertamente, no vemos nada de esto en las eucaristías que celebramos. Pero si, de la mano del evangelista Juan, entendemos la gloria como el esplendor del amor, entonces si podemos entender algo de este inefable misterio. El Padre Dios tiene gloria, mejor diríamos que es pura gloria porque es puro amor (Jn. 4, 8). El Hijo recibe gloria y la da porque ama con el mismo amor que es y tiene el Padre: "en ellos queda patente mi gloria (Jn. 17,1), “yo les he dado la gloria que me diste"... “la que tú me has dado porque me amabas ya antes de que existiera el mundo" (17, 22-24). Si nos preguntamos ahora ¿Dónde se ha manifestado contundentemente? En la Hora de Jesús: "ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre” (Jn. 12, 23). Para esto ha venido, "para esta Hora. Padre manifiesta tu gloria” (12, 27-28). La Hora, en el evangelio según san Juan, es la de su exaltación en la cruz, es decir la de su muerte y resurrección. Pues bien, preguntémonos también ¿y la Eucaristía qué es?. La representación de la Hora. El momento culminante de la vida y misión de Jesús, donde muestra "hasta el colmo" (Jn. 13, 1) su amor, el amor que Dios es y que en Jesús se ha dado. El esplendor de éste infinito amor es su gloria. Y esto es lo que se hace Presencia, se vuelve a presentar, de una forma incruenta en el misterio eucarístico. Y esta es la fuente de donde mana toda la misión de la comunidad de Jesús, de su Iglesia, cuando está identificada con Él. Y también a lo que conduce, a que el esplendor del amor de Dios llegue a todos los hombres.

2.- Todo lo cual nos lleva a la segunda razón que justifica a la Eucaristía como origen y fin de toda evangelización, porque, a través de ella, el Señor hace a su comunidad carne y sangre suya. ¿Qué queremos expresar con esta afirmación que parece atrevida?.Como se entenderá a lo largo de este escrito, no nos referimos al orden físico o biológico. Decir carne y sangre quiere decir que es el mismo Señor. Es lo mismo que decir "soy yo mismo", como posteriormente explicitaremos. No como estuvo históricamente en su presencia física, sino como está en su presencia gloriosa. Son carne y sangre glorificadas, Presencia real y viva del "que vive"(Apc. 1, 17-18) resucitado, que ha asumido y transformado toda su existencia terrena haciéndola gloriosa por su resurrección, lo cual hace posible que su comunidad pueda entrar en comunión con Él y ser asimilado. Es decir, donde el seguimiento de los que la componen se transforma en identificación. Mediante ésta la comunidad se incorpora, se hace cuerpo, con el resucitado que conserva el mismo amor que manifestó en su Hora y que, ahora, sacramentalmente, se representa. Ese amor hace que su comunidad -la que forman los identificados con Él, amando como Él ha amado (Jn. 13, 34-35)- sean carne y sangre suya, humanidad que manifiesta y transmite su gloria. Este amor que experimenta la comunidad en la celebración eucarística no es para una vivencia individualista, ni se da para el cultivo de una aristocracia espiritual, ni para un disfrute egoísta, porque no es así el amor de Jesús. Es para amar como Él ha amado, es decir, sirviendo desinteresadamente a los hombres y su mundo hasta la entrega total de su vida. Una evangelización que no nazca de aquí, no es buena noticia para nadie. Y si no culmina en una identificación con el Señor, mediante un seguimiento fiel, para amar a los demás hasta las últimas consecuencias, como poco no sería completa.

Después de lo dicho creemos que es claro que sin Memoria no hay Eucaristía y, sin ésta, nuestra identidad se pierde. No podemos olvidar que es en el amor donde se conoce a los ver­da­deros discípulos del Señor, un amor como el suyo. Se puede hasta acompañar a Jesús y formar parte de comunidades que se dicen suyas y, sin embargo, no estar identificados con Él. Esta es la tarea esencial de la Memoria eucarística y esta es la mediación necesaria del Espíritu del resucitado, hacer de esta humanidad y mundo nuestro humanidad y mundo del Resucitado, incorporamos a Él. Esto es lo que demanda la memoria eucarística que, identificados con Él por un amor como el suyo, cada día nos incorporemos más e incorporemos a los demás, haciendo brillar su gloria, el esplendor de su amor, que hacemos nuestro por la Eucaristía. Esta es nuestra identidad. Pablo la llamará "ser en Cristo” (1ª Cor 1, 30) (Gal 2, 19-20) y Juan lo describirá así "a los que le dan su adhesión, y estos no nacen de linaje humano, ni por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino que nacen de Dios"... "hemos contemplado su gloria, gloria del Hijo único del Padre, lleno de amor y de lealtad”. .."y de su plenitud todos nosotros recibimos, ante todo un amor que responde a su amor" (1, 13-16). Esta es nuestra identidad. Cuando falla la Memoria, la amnesia que produce nos hace olvidar quienes somos, qué recibimos, qué tenemos que transmitir y hacia donde nos encaminamos.

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