miércoles, 16 de febrero de 2011

22ª Pregunta: ¿y tú sales diciendo que quien haga caso de tu mensaje no probará nunca la muerte? ¿eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? Y los profetas también murieron, ¿por quién te tienes?

1º.- Quién la hace y por qué 

Son los mismos dirigentes judíos que continúan implacablemente su oposición a Jesús. Él ha hecho una afirmación:"quién haga caso de mi mensaje, no sabrá nunca lo que es morir" (8,51). Y esto les confirma en la enajenación que padece Jesús; "ahora estamos seguros de que estás loco" (8,52). No son capaces de salir del ámbito de su ideología, sus creencias y sus tradiciones. Pero, sobre todo, tienen un dato de experiencia, que Abrahán murió y los profetas también, y desde ahí hacen la pregunta fundamental ¿Tú por quién te tienes? 

Jesús se lo había dicho ya, pero ellos no sólo no le han hecho caso, sino que ni siquiera lo han tomado en consideración. Cuando les ha dicho que "si no creéis que yo soy el que soy, os llevarán a la muerte vuestros pecados" (8,24), Él no habla de la muerte biológica que, para el evangelista, es un accidente necesario que afecta a todos los hombres. Él habla de la muerte que provoca el pecado. Este consiste en no creer quién es Jesús. Creer es darle adhesión y seguirle. Esto es vida. No hacerlo, rechazarlo, es entrar de lleno en el ámbito de la tiniebla que es el imperio de la muerte. Quién cumple su mensaje se adhiere a Él y, siguiéndole, recibe el amor y la lealtad que son los que producen la vida: "Ella contenía vida, y esa vida era la luz del hombre; esa luz brilla en la tiniebla " (1,4). 

2º.- Qué revela y provoca 

Manifiesta que la aceptación de la procedencia de Jesús, su naturaleza y misión -esto es la aceptación de su mensaje- produce la adhesión a quién es Él, que le comunica su Amor y éste origina en su seguidor la vida. Esta vida, que se produce en él creyente, es de tal calidad que no puede morir, está por encima de la muerte, también de la biológica. Porque es el Espíritu quién la origina y no es liquidado en la muerte, también porque lo que la constituye es una participación en el mismo ser divino -gracia- y también por lo que causa, la felicidad propia y ajena, el amor. Todas ellas son realidades trascendentes, que superan lo espacio-temporal y se configuran como anticipo de lo eterno. La muerte no las puede tocar. 

La pregunta revela también el reduccionismo que hacen de Abrahán y lo que éste significa. Ellos se quedan en que pasa por lo que en todos los hombres acontece, que muere. Pero, si hay algo definitorio de Abrahán y de su misión es su Alianza con Dios y el ser portador de la Promesa que le hace. Abrahán muere pero la Alianza y la Promesa continúan y se cumplen en Jesucristo. Aunque él está muerto, la Alianza y la Promesa viven hasta su cumplimiento. En Él encuentran no sólo su final sino su cumplimiento. Nunca han estado más vivas que en Jesús que es cuando llegan a su plenitud. Al admitir ellos la muerte de Abrahán han liquidado con ella la esperanza del cumplimiento de la Alianza y la Promesa. Por eso, cuando estas se cumplen ellos no lo perciben, sólo entienden que Abrahán y los profetas están muertos. Para Jesús, por el contrario, están vivos: Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no hay Dios de muertos sino de vivos" (Mt.22,32). 

Al preguntarle a Jesús ¿por quién te tienes? Lo hacen desde un escepticismo total. Ven en Él a alguien que busca su gloria, presentándose como superior a Abrahán y a los profetas. Si ellos murieron ¿como los seguidores de Jesús no van a morir? Aquí encuentran la base de su acusación "ahora estamos seguros de que estás loco" (7.52). Porque la muerte fue inevitable para ellos a pesar de quienes eran, de la relación que teman con Dios y lo que representaban para su pueblo. ¿Por quién se tiene Jesús? "Abrahán gozaba esperando ver éste día mío" (7,56). Aquellos personajes eran los portadores de una Promesa que estaba hecha por Dios y, consiguientemente, tenía que cumplirse. Y ésta fue la base de su esperanza, que lo que Dios por ellos prometía iba a cumplirse. Ellos ansiaban ese cumplimiento y éste tiraba de su presente hacia su futura realización, haciendo que lo vivieran ya, en su presente, como esperanza. Ahora, cuando la Promesa se cumple en Jesús, Dios la lleva a la realidad que era deseada desde siglos. Abrahán deseaba ver este día en que Promesa y Alianza llegan a su plenitud cumpliéndose. Pero los judíos no pueden verlo porque las han enterrado al ver en Abrahán solamente a un muerto. 

3º.- La respuesta de Jesús 

Es una manifestación clara de que Él no busca su gloria: "Es mi Padre quien me honra” (7,54). Es el Padre quién se la da porque es en Jesús donde está mostrando todo su amor al hombre. La gloria no está en otra parte que en el amor y Jesús lo tiene en plenitud porque se lo da el Padre. Ellos no lo conocen pero Jesús si y mentiría si dijera que no. Lo conoce bien, pero no se está refiriendo a que sabe mucho sobre Él, a que tiene una doctrina verdadera y completa; por descontado que la tiene, pero no se está refiriendo a eso. Él conoce bien al Padre porque está plenamente identificado con Él y cumple sus palabras. No es sólo una identificación moral sino existencial: "Yo y el Padre somos uno" (10,30). No se trata de que es muy obediente y hace todo lo que le manda el Padre. No. Ni Él tiene que obedecer, ni el Padre tiene que mandar. Es tal la identificación que existe entre ellos, su querer y sus palabras, que sus obras se realizan antes y sin necesidad de mandamiento alguno. Jesús, el conocedor del Padre no es un súbdito, es su Hijo único. Ellos no conocen al Padre porque no están identificados con Él y, por tanto, no hacen sus obras, sino las de su otro padre. No son hijos que hacen su querer anticipándose a cualquier mandato. Son súbditos que han convertido la Alianza en un código de leyes y a Dios en un juez no en un Padre y han enterrado la Promesa con Abrahán. Por eso no pueden ver el día de Jesús que es el de su cumplimiento. Al no conocer al Padre, tampoco conocen al Hijo. Pueden admitir de Jesús muchas cosas, de hecho al principio hasta le admiraron, pero admitir su procedencia divina, que sería admitir su identificación con el Padre, no pueden admitirlo. Tendrían que adherirse a la verdad de Jesús, no solo en lo que es -soy el que soy- sino en el mensaje que propone. Esto choca con su mentalidad, su ideología, sus instituciones, que es lo que les ha indispuesto contra Jesús hasta insultarlo y amenazarlo. 

4º.- Quién haría hoy esa pregunta 

La harán todos aquellos que realmente no conocen al Padre. Aunque frecuenten sacramentos, pertenezcan a asociaciones católicas, sean asiduos de su parroquia, etc. Le han convertido en un juez implacable que está siempre al acecho para castigar nuestras faltas, para estar siempre exigiendo y para que le paguemos al final hasta el último centavo de nuestras deudas. No comprenden a Dios como Padre más que de palabra y en oraciones rutinarias. Lógicamente también, no se sienten hijos suyos más que de palabra. Es la mentalidad que les han creado la falta de comprensión adecuada de muchos textos bíblicos particularmente del Antiguo Testamento, también una predicación tremendista y métodos conversivos que no producían amor sino miedo. Quién cono­ce al Padre, porque se identifica con el Hijo, sabe perfectamente por quién se tiene Jesús. 

Por esto hay muchos que contemplan la muerte biológica, que para el evangelista es un accidente inevitable y necesario, como la liquidación de todo. En el todo va también lo verdaderamente humano que se ha vivido, las relaciones que se han establecido con Dios, con los demás y el mundo. Todo se acaba para ellos. Su evidencia está en todos sus antepasados y conocidos que han muerto. No ven que Jesús es la Vida y es de tal calidad que está por encima de la muerte y que, si estamos adheridos e identificados con Él, su Vida es nuestra vida que aquí hemos poseído en anticipo pero que, ocurrida la muerte, la viviremos en su plenitud. Lo que podría impedirlo es el pecado - es en él donde está la verdadera muerte- pero si ha sido vencido por la adhesión a Jesús, nuestra identificación con Él y el seguimiento, no tenemos porque temerlo. 

Otros seguirán concibiendo a Jesús y a sus seguidores como enajenados, aunque no se atrevan a decirlo a las claras, sencillamente porque, según ellos, les complica la vida. De esto acusan a Dios directamente y propugnan el rechazo por esta complicación que les causa. Ven a Dios no como el Padre, sino como el aguafiestas, siempre con exigencias y algunas tremendas, está frente a casi todo lo que es vida y felicidad. Estos son otros que tampoco conocen al Padre Dios. Esta vida nuestra no es para Él despreciable o sin importancia y los que la vivimos somos antes que nada hijos suyos. Toda nuestra historia es querida por Él, aunque haya en ella cosas que Él no pueda compartir. Dios nos quiere y nos conoce por nuestro nombre, lo que quiere decir que nos ama como somos, que nos perdona lo malo que hacemos, que nos anima siempre a que seamos felices. Esta es su dicha y debiera ser la nuestra tratar de ser felices y de hacer felices a los demás. Él no nos complica la vida, la quiere y la apoya. Tratar a Jesús de loco porque quiere nuestra felicidad es un desconocimiento enorme de quién es y de qué quiere. La locura no está en Él ni en su seguimiento, sino en lo que merma o se opone a nuestra felicidad, cuando queremos seguir precisamente lo que no nos hace felices o quiebra la felicidad de los demás.

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