miércoles, 16 de febrero de 2011

24ª Pregunta: Maestro, ¿quién tuvo la culpa de que naciera ciego, él o sus padres?

1º.- Quién la hace y por qué 

Es una pregunta que hacen a Jesús sus discípulos, considerándose tales pues le llaman maestro. Es decir, la hacen en su condición de discípulos. Van de paso con Jesús y fuera del templo. La ocasión es un ciego de nacimiento que ven al pasar. 

La causa, más que la preocupación de los discípulos por el ciego, es el origen de la ceguera que padece, dando por supuesto que la causa está en un pecado suyo o de sus progenitores. No lo discuten porque ésta era la creencia común, que quién tenía una deformidad, dolencia o enfermedad congénita, se debía a que sus padres habían pecado, más o menos gravemente, según fuera la importancia de la misma. Había rabinos que admitían la posibilidad de pecado en el nasciturus antes de llegar al parto. Por eso la pregunta sobre quién pecó, o él- si era congénita la ceguera seria antes de nacer- o sus padres. De todos modos la enseñanza más general y la creencia más extendida era que se debla a un castigo de Dios por algún pecado -manifiesto u oculto- de los progenitores. 

Pero la presentación que hace el evangelista de ésta señal -la curación del ciego- va mucho más allá de un hecho puntual milagroso. Juan enfrenta aquí a Jesús, que antes se ha presentado como luz del mundo, con la tiniebla -el pecado- que no es­tá en el pobre ciego pues no es culpable de serlo, sino en su condición repre­sentativa del hombre desposeído de su dignidad por la opresión que padece y mermado en su condición humana, que no puede experimentarla en su totalidad ya que carece de una parte importante de la misma, la visión. Todo ello será superado por la luz que le ofrece Jesucristo. 

2º.- Qué revela y provoca 

Por una parte manifiesta una imagen deformada de Dios. Dan por supuesto que la causa de la ceguera, como de cualquier otro mal que afecte al hombre, está en el castigo que Dios le inflige al que ha pecado o a su descendencia. No encuentran otra explicación al mal que padece el hombre. Si no hay más que un solo y único Dios, no pueden admitir un dios del mal. Entonces la causa debe estar en el hombre, en su pecado, y ante esto no pueden admitir otra razón que el castigo de Dios. El mal lo origina el hombre pero lo castiga Dios, que no puede admitir el pecado sin castigarlo porque es un mal. Esta imagen de Dios no puede armonizarse con la revelación de un Dios Creador y Padre nuestro, que ni quiere el mal ni lo permite, que ni lo causa ni lo castiga. 

Es otra la imagen que ofrece la respuesta, pero sobre todo, la actitud de Jesús. Si Dios no causa el mal ni lo castiga es que está frente a él. Dios está siempre por el hombre, es éste quién hace el mal y lo padece. Pero éste hombre es criatura -llamada a realizarse plenamente- y es hijo -redimido y salvado en Cristo- por lo que busca siempre, en cualquier hombre poseído por el mal, realizar su plan creador y salvador. No lo hace exigiendo y castigando sino seduciendo e invitando, para que el hombre que vive esa situación acoja su amor superando nuestros males. Por eso lo primero que hace no es castigar sino perdonar y reconciliar. No sólo nos ayuda a curar y superar nuestras dolencias, sino que su acción va al fondo, que había sido corrompido por el pecado -origen del verdadero mal- que afecta a todo el hombre, no sólo a su salud. Por eso canta un himno litúrgico (Oh Cruz fiel) "la gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida”. Sana en sus mismas raíces lo que era afectado por el pecado y hace del pecador nueva criatura, le devuelve su dignidad y le hace vivir su ser de hombre total, destinado por Dios a su plenitud. 

La señal que nos ofrece el evangelista lo primero que provoca es la visión en el ciego. Es todo un signo de cómo Jesús es la luz del mundo que disipa toda tiniebla significada en la ceguera”: “mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (9,5). Donde Él está no hay noche: “Él ha venido a éste mundo a abrir un proceso, así los que no ven, verán y los que ven, quedarán ciegos" (9,39). Es todo un juego de metáforas utilizadas por el autor, para mostrar por un lado la condición de Jesús, Él es el Hombre, donde todo lo humano llega a su plenitud, que se comunica a todo hombre disminuido en su integridad o su dignidad -los que están en la noche, el ámbito de la tiniebla- para liberarlos de su opresión y conducirlos a la plenitud -la luz- que Él tiene. 

También provoca la incomprensión y obstinación de los dirigentes que se niegan a reconocer lo que ha hecho Jesús a la luz del día. Colocan la razón de su actitud en el cumplimiento de la ley que manda guardar el sábado, cosa que Jesús no ha cumplido. Para ellos lo primero es el cumplimiento de la ley, para Jesús el bien del hombre. La ley y el sábado están para el hombre (Mc.2,27; Gal.5,18). Siguiendo su ideología anatematizan al curado y lo expulsan de la sinagoga e ignoran la procedencia de Jesús enfrentándolo a Moisés: "a nosotros nos consta que a Moisés le habló Dios pero ese no sabemos de donde procede" (9,29), aunque el ciego curado les razona: "pues eso es lo raro, que no sepáis de donde procede cuando me ha abierto los ojos" (9,30-31). Es decir, quién hace lo que Él ha hecho, tiene que proceder de Dios "si éste no procediera de Dios no podría hacer nada" (9,33). Estar al bien del hombre integro es la obra de Dios, quién la procura y realiza se sabe bien de donde procede, no puede venir del pecado sino de Dios. 

La acción de Jesús últimamente revela la condición de Jesús: ¿”Tú crees en el Hombre aquel?”, es decir, en el Mesías, en el enviado de Dios, "ya lo estás viendo, el que habla contigo" (9,35-38). Jesús manifiesta quién es al que se ha embarcado con fidelidad en su proceso, donde los que no ven, verán. 

3º.- La respuesta de Jesús 

Lo expuesto anteriormente manifiesta la grandeza del designio salvador de Dios, por eso no nos puede extrañar la respuesta de Jesús a la pregunta de sus discípulos. El ciego no está así por culpa suya ni por la de sus padres, si lo está "para que se manifiesten en él las obras de Dios" (9,3). Estas no buscan nada para sí sino para el bien del hombre. La obra de Dios es siempre el bien del hombre, que sea feliz y llegue -por la adhesión e identificación con su enviado, que es su Hijo- a la felicidad plena. Que salga de la oscuridad, de la tiniebla que padece, a la claridad de la luz que es el res­plandor de la vida que en Jesucristo le ofrece. Él ni causa la ceguera ni la castiga, pero no comparte ver al hombre oprimido y disminuido por ella. Por eso las convierte en ocasión para manifestar en ella su obra, el bien del hombre. Por eso busca la cercanía que posibilite el encuentro. Es el Padre cercano que está junto a sus hijos, especialmente de quien más lo necesita, los más disminuidos en su dignidad, su libertad o su integridad. Él "tira” siempre de ellos hacia su Hijo Jesucristo (6,44), donde el hombre encuentra integridad y plenitud aunque tenga carencias físicas y que logrará definitivamente en la vida total. Esta adhesión e identificación con Jesús sana al hombre disminuido de lo que está en la raíz de todo mal culpable, que es el pecado. Del mal que padece sin culpa suya, y que Dios no ha causado, también tendrá la oposición y ayuda de Dios para superarlo y, definitivamente lo logrará en la vida eterna. 

La enfermedad no culpable, no es impedimento para recibir la luz, sí lo es la ceguera. La enfermedad no se debe ni al querer de Dios ni a su castigo, su origen está en muchos casos debido a fallos de la naturaleza por su limitación, finitud y contingencia y, otras muchas veces a culpa humana. Unas por mala administración de nuestra salud, otras por el hambre, o por la pobreza, o por la incultura... Cuando es culpable se convierte en ceguera porque está originada por el pecado. Una enfermedad de los ojos, que no permite la visión, no es impedimento para ver la Luz, que no está en las radiaciones solares ni en la electricidad, sino en Jesucristo. Donde no hay culpabilidad, hay manifestación de las obras de Dios. Y, donde la hay, siempre está su invitación a dejar la ceguera, aunque tengamos que seguir con la enfermedad. 

4º.- Quién haría hoy esta pregunta 

Hoy la sigue haciendo mucha gente que identifica la voluntad de Dios con la enfermedad, los sufrimientos y la muerte. Es como un dios vengativo que castiga hasta la cuarta o quinta generación. Hacen la pregunta de formas distintas pero equivalentes: ¿por qué me hace Dios esto?, ¿qué ha hecho para que Dios le castigue de esa manera? ¿Dios, Dios, donde está Dios?, ¿por qué a mí o a él nos ha tenido que pasar esto?, Dios lo ha querido ¿qué le vamos a hacer?, resignación hijo, Dios te lo ha mandado, ¿qué le vamos a hacer si Dios lo ha dispuesto así?... Se podrían llenar folios enteros con expresiones similares. En todas ellas Dios aparece como un ser, en sus secretos designios, maligno y catastrófico, metomentodo y castigador, origen de todo lo malo que nos sucede. 

Mucho ha influido en ello cómo se ha enseñado la doctrina del pecado original, también una mala lectura e incomprensión de muchos textos de la Escritura y una predicación para meter miedo más que para producir amor. Todo el mal de los hombres se vio en el castigo impuesto por Dios a Adán. Los demás lo heredan sin haber tenido culpa en ello. Así que cuando nos afecta algún mal a quien primero se culpa es a Adán y a quien lo castigó, que es Dios. ¿Quién peco, éste o sus padres?, pues, desde este imaginario, está claro que el ciego nace ciego por culpa de Adán y del castigo que Dios le impuso. 

Cuando nuestro vivir se mira sólo desde la óptica del mal que nos afecta a todos en mayor o menor medida, debido a la finitud, limitación y contingencia de nuestra existencia, entonces es casi inevitable buscar la causa en el empecatamiento colectivo que domina nuestro mundo y que nos culpabilicemos de los males que padecemos. Así lo utilizó muchas veces la predicación para provocar conversiones. Pero ¿es esta la óptica cristiana para comprender el problema? Hay que decir que no. Pablo nos lo recuerda con fuerza: "Pero donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom.5,20). Frente a la atmósfera de mal que crea el pecado -tiniebla y ceguera- hay una atmósfera de bien -luz y día- un ámbito creado por la gracia de Cristo que es palpable en la comunidad de los creyentes. Frente al mal culpable de una persona hay siempre una oferta de gracia para que, saliendo del ámbito de la tiniebla -la atmósfera de mal- donde está, viva en esta otra atmósfera de bien, donde domina la luz, la vida, el amor... "Por consiguiente no reine más el pecado en vuestro ser mortal... no, poneos a disposición de Dios, como muertos que han vuelto a la vida... el pecado ya no tendrá dominio sobre vosotros, porque ya no estáis en régimen de ley, sino en régimen de gracia" (Rom.6,12-14).

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