lunes, 17 de enero de 2011

3ª Pregunta: ¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?

Tengo que hacerle una pregunta, Señor Jesucristo (3)


1º.- Quién la hace y por qué

Son los dirigentes judíos, generalmente sacerdotes o vinculados a ellos, que han tomado el Templo como propiedad suya y donde hacen negocios con lo sagrado. Este negocio sagrado era permanente. Unos eran propietarios, otros vendían licencias… pero todos habían pervertido la finalidad del templo y también la de su sacerdocio, en función de sus intereses. Este negocio sagrado era, además, un instrumento poderoso para someter a los fieles a quienes obligaban a hacer cambios de moneda y sacrificios pagados e impuestos, siendo una fuente permanente de opresión del pueblo en su mentalidad y su economía.

La pregunta que le hacen a Jesús pidiéndole una señal que le autorice a hacer estas cosas, tiene su origen en la acción airada de Jesús expulsando a vendedores y cambistas del recinto del templo. Esta acción echaba por tierra el negocio que ellos tenían montado a costa de la credulidad de la gente y la opresión que padecía. Se sienten atacados por Jesús en algo tan vital para ellos como eran sus intereses, el sometimiento del pueblo y el dominio sobre este. La actitud de Jesús les resultó intolerable.

Su acción ha ido muy lejos. El templo es el ámbito donde se manifiesta la divinidad, su presencia se hace visible en los ritos, donde se revela su gloria. De esto es de lo que tiene conciencia Jesús y así se lo interpretan los discípulos aplicándole el salmo 69, 10: “la pasión por tu casa me devorará”. Pero a los dirigentes judíos qué debe ser el templo y qué dicen los salmos ya no les importa. La finalidad del templo bajo su dominio no es la gloria de Dios ni la manifestación de su divinidad. Es sólo lo que es compatible con su negocio y sus intereses. Ellos quieren hacer compatibles ambas cosas.

2º.- Lo que revela y provoca

Manifiesta en primer lugar la caducidad del templo anticipada y provocada por el negocio y los intereses. Allí no se puede encontrar a Dios sencillamente porque allí ni está ni puede estar. Allí el dios al que se adora es el dinero, a este sí se le encuentra en todas sus dependencias. Si Dios no está allí y, consiguientemente, no se le puede encontrar, la conclusión es que ya no sirve para lo que era su primaria finalidad. Es una institución muerta.

Echando a los vendedores de las víctimas para los sacrificios Jesús está mostrando que el culto que se hace con estas no vale tampoco. Es un culto inválido. Liberando las víctimas está indicando que para un culto verdadero es necesaria la libertad. Derribando las mesas de los cambistas está diciendo que con el Dios verdadero no caben los negocios por muy sagrados que sean. Increpando a los vendedores de palomas -las víctimas que usaban las gentes más pobres en sus sacrificios- está denunciando a los dirigentes-sacerdotes que explotan a los pobres y convierten lo que tenía que ser la casa del Padre en una cueva de ladrones.

La ira de Jesús es explicable por la gravedad del asunto. Lo que estaba en juego era la imagen auténtica de Dios. Es el Padre, no el tirano implacable que no se sacia más que con sacrificios y víctimas y que permite la explotación de los pobres a sus representantes en su nombre. Y estaba en juego también la naturaleza y dignidad del hombre. Dios no quiere súbditos obedientes sino hijos agradecidos. Mucho menos quiere personas alienadas que viviendo explotadas por el culto y los impuestos religiosos, encima lo justifiquen y agradezcan. La reacción airada de Jesús es más que explicable.

Su acción provoca reacciones distintas. Por un lado está la de sus discípulos que coincide con la de un grupo de fariseos –Nicodemo- que reconocen en Jesús un mesianismo de corte reformista. No viene –así lo interpretan- a derribar las instituciones de Israel, sino a reformarlas quitándoles toda la escoria que se les ha adherido. Se da también en parte de la gente una adhesión a Jesús que está basada en su disconformidad con su condición de explotados. Asediados por los impuestos y por la necesidad que les impone la institución judía de ofrecer víctimas mediante pago, ven en la denuncia de Jesús un gesto profético en la mejor línea del profetismo israelita y de su mesianismo.

Pero en Jesús se produce una desconfianza (2, 24). Como después dirá el evangelista “no se fiaba de ellos porque conoce al hombre” (2, 24). ¿Qué puede explicar este sentimiento que parece contradictorio en Jesús?

La reacción que ha provocado su acción en los discípulos, algunos fariseos y en parte de la gente es sin duda un reconocimiento de Jesús como un auténtico líder y maestro en el que se dan las condiciones para ser identificado como el Mesías que esperaban. Pero ¿captan el mesianismo que encarna Jesús? Hay que decir que no. Ellos esperaban un mesías reformador de las instituciones –entre ellas el templo- que condujera a Israel a su antigua gloria. El mesías hijo de David, que restableciera por la fuerza y el poder el dominio de Israel, la restauración del cumplimiento de la ley, la dignidad del templo, el respeto al des­can­so, el sábado. ¿Es este el mesianismo de Jesús? No, como en la pregunta siguiente veremos. No representa una reforma sino una sustitución. Esto explica la desconfianza de Jesús y que el desarrollo del evangelio mostrará hasta qué punto tenía razón.

3º.- La respuesta de Jesús

Jesús responde dándoles una señal a los que le preguntan: “Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré” (2, 19). Esta es la señal de su autoridad, la que le capacita para hacer lo que ha hecho. Es también la señal de su mesianismo. Jesús les está anticipando lo que ellos van a hacer que es causarle la muerte: “suprimid”. La señal que da no es otra que la del amor al hombre, que será mostrado cuando “sea alzado en alto y atraiga a todos hacia Él” (3, 15). Esta es la señal del amor total, hasta la muerte que en ellos sin embargo será la de la máxima injusticia.

En Él se ha producido ya una sustitución esencial. Para ellos el centro de su religiosidad, fiel en unos y corrompida en otros, estaba en el templo. Ese era su santuario pero Jesús no lo reconoce –por eso ha echado a todos fuera de él- ese santuario ya no lo es porque Dios ha sido arrojado fuera por los intereses y el dinero. Aquel templo fue construido por manos humanas y con piedras de la tierra. El santuario que Dios se ha construido no está hecho por los hombres ni consiste en un edificio hecho con piedras, es un Hombre. El templo antiguo sólo era una figura. Ya no habrá más santuarios, ni habrá más sacrificios. Este Hombre es el templo definitivo y la imagen-presencia de Dios última. Aunque ellos lo supriman en tres días lo levantará. Es de tal magnitud y grandiosidad que atrae a todos hacia Él. En este santuario caben todos porque todos son objeto de su amor. Y todos, asimilados e identificados con Él, comparten el nuevo santuario que manifiesta la gloria de Dios y la vida eterna.

4º.- Quién haría hoy esa pregunta

Hoy la harían aquellos que quieren reformas ante la situación pero no admiten sustituciones. Ven que hay que cambiar muchas cosas si se quiere anunciar eficazmente el Evangelio al hombre de hoy, no al de hace sesenta años. Ritos, prácticas, costumbres, hábitos, lenguaje, creencias… etc. Que sirvieron en sus tiempos, pero hoy ya no son vehículo de transmisión ni edifican la vida cristiana. Ven la necesidad de los cambios, pero lo que propugnan es una reforma de todas estas cosas, su corrección en lo defectuoso o viciado, pero sin sustituir nada. Abandonarlas es para ellos un pecado de lesa majestad. Le conceden un valor que en sí no tienen y, por tanto, deben perecer. En ello entran todo un conjunto de llamadas tradiciones, que hay que seguir repitiendo, ignorando que la Tradición –lo que hay que entregar siempre- es Jesucristo. Lo que ya no sirve para efectuar esa entrega o lo que la entorpece o desfigura, debe morir. Si se defienden o imponen cambios que implican sustituciones en cualquier ámbito de la Iglesia, aunque estén hechas por un Concilio o una autoridad competente, inmedia­ta­mente es contestada y preguntarán ¿qué señal nos presentas para hacer estas cosas?.

También hacen hoy la misma pregunta quienes han vivido una situación boyante, pero que estaba montada sobre la injusticia de la opresión, la explotación del hombre, el imperio de la mentira y del fraude, ante las nuevas situaciones creadas por las sucesivas crisis que el propio sistema ha creado, no quieren ni oír hablar a la Iglesia de doctrina social, ni de las sustituciones necesarias para que sea el hombre, no el dinero, el centro de la economía y la necesidad humana como el prin­ci­pal objetivo de la producción y no el lujo, la acumulación de bienes y la explotación del pobre. Estos también demandan títulos de autoridad para proponer los cambios necesarios no reconociéndolos a quién los tiene.

También en nuestra Iglesia hoy buscan muchos señales de autoridad no reconociendo cambios que han sustituido lo anticuado, como hizo el Vaticano II y se han hecho en el pos-concilio. Rechazan la renovación y las reformas consiguientes situándose mucho antes del Concilio. Se mueven en el ritual de las repeticiones de lo que “siempre se hizo”, manteniendo o volviendo al lenguaje, las prácticas y costumbres ante­riores hasta descaradamente. No reconocen otra autoridad que la que legitima su mentalidad y su visión de las cosas. Muchos no lo hacen descaradamente pero la mentalidad, ideas y prácticas que apoyan las van imponiendo lo mismo en la predicación que en las líneas pastorales que siguen.

Otros hoy cuestionan la autoridad de la Iglesia cuando esta propugna como un valor esencial, la verdad objetiva frente a todo tipo de relativismo y el subjetivismo reinante en valores, creencias, ideas, normas de conducta y de vida, etc. No reconocen el valor objetivo de la verdad en el orden que sea. Para ellos es verdad lo que construimos nosotros, lo que aprueba una mayoría, lo que cada uno cree. Preguntan, hasta despreciativamente qué autoridad tiene la Iglesia cuando defiende el derecho o la ley natural o el valor de la Revelación que no dependen de lo que cada uno se invente. La reducen sólo a sus fieles y su ámbito no reconociéndole ni siquiera el valor que le reconocen a sus propuestas e invenciones. “¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?” Es lo que preguntan cada vez que la Iglesia interviene consciente de su misión en este mundo y esta coyuntura histórica.


1 comentario:

Unknown dijo...

De la reflexión esta tercera pregunta, me llama la atención:
1º) el negocio de lo sagrado y cómo la acción de Jesús desenmascara todo este tingaldo, montado a costa de la credulidad de la gente.
2º) la idolatría, el dios al que realmente se adora es el dinero. La acción de Jesús muestra la imagén auténtica de Dios, recuperando la dignidad del hombre.
3º)El centro de la religiosidad, estaba en el templo, pero Jesús no lo reconoce, por lo comentado en el apartado anterior: "Este HOMBRE es el templo definitivo y la imagén - presencia de Dios última"
4º En la actualidad, todos hablamos de lo necesario que son los cambios en nuestra comunidades, pero pocos están dispuestos a dejar su status, comodamente instalados, a admitir la novedad de la GRACIA que nos trae el Espíritu Santo que es el impulsor del AMOR DEL PADRE Y DEL HIJO. Es difícil un cambio de mentalidad, sin embargo es totalmente necesario para poder manifestar el verdadero rostro de Dios y nuestra identidad de seguidores de JESÚS, dando respuesta de nuestra fe, en una sociedad como la que nos ha tocado vivir, tan sumamente cambiante, donde lo que se valora es el "tener" y para nada el "ser"