viernes, 28 de enero de 2011

18ª Pregunta: ¿Y tu Padre dónde está?

1º.- Quién la hace y por qué

Son fariseos y dirigentes del templo que ya han querido prender a Jesús, pero no han podido; no sólo por miedo a la gente sino "porque nadie ha hablado nunca como ese Hombre" (7,46). Ahora está Jesús enseñando en el templo pero nadie lo detiene "porque todavía no había llegado su hora" (8,20). Es en medio de una conversación con ellos, junto a la sala del tesoro, centro de todo el negocio sagrado que ellos tie­nen montado. Se sienten seguros en su actitud e ideología, pero están temerosos de la gente que mueve Jesús, especialmente de los, que se ponen de su parte. El mismo Nicodemo tiene que recordarles “¿permite, acaso, nuestra ley juzgar a alguien sin antes escucharlo y averiguar lo que ha hecho"? (7,50-51).

La pregunta la hacen con cierta ironía porque Jesús les repite que es enviado por el Padre, que es testigo en causa propia porque "sabe de dónde ha venido y a donde va", cosa que ellos ignoran y el Padre es testigo con Él en su causa (8,14-18). Esto no les cabía en la cabeza; su incomprensión de quién es Jesús, les hace desconocer quién es el Padre. Todo ello es estimado como una provocación más, pues ha subido a Jerusalén donde estaba sentenciado, se ha puesto a enseñar nada menos que en el templo, se ha presentado como luz del mundo justo donde estaba el candelabro, llama al Dios que veneran su Padre. De aquí la ironía de la pregunta ¿Dónde está tu Padre? El Dios en el que ellos creen, está en el cielo y su gloria está en el templo mientras que a Jesús lo ven en la tierra y no descubren en Él otra gloria que la de sus palabras y sus discutidos hechos.

2º.- Qué revela y provoca

Lo primero que revela la conversación y la pregunta que provoca, es la unión íntima de Jesús con el Padre, hasta el punto de que conocerle a Él es conocer al Padre. Este conocer no se entiende como simple teoría. Así no se alcanza ese conocimiento. Es tener la experiencia de Jesús, la comunión en su vida y tarea. Quien no tiene esa experiencia, puede saber mucho sobre Dios, su ley, etc. Pero no conoce a Dios, porque donde Él se ha dicho es en Jesús. Él es su imagen (Col. 1, 15; 2º Cor. 4,4) y su Hijo (Mc. 1,11; Jn. 6,70), dos expresiones que manifiestan claramente que Jesús es el revelador del Padre, el único revelador completo, ya que sólo en Él habita la plenitud de la divinidad (Col.2,9). Esto excluye a otros reveladores como puede ser la ley o la misma gloria del templo, por eso ambos han sido sustituidos.

Lo segundo es la gran desorientación que produce Jesús en estos dirigentes y en parte de la gente. Jesús se muestra como luz precisamente cuando se encendían grandes candelabros en la fiesta, que alumbraban la procesión y cuya iluminación se veía en toda la ciudad. Por eso se reconocía al templo como luz del mundo, a la ley que en él se veneraba y a la misma ciudad de Jerusalén que los contenía y donde se manifestaba la gloria del Altísimo. Ellos, lógicamente se consideraban po­seedores de la luz. Al recabar Jesús para Él la condición de ser luz del mundo, era relegarlos a ellos a la oscuridad de la tiniebla. Mucho más al invitarles a seguirlo para salir de la tiniebla y así tener la luz de la vida (8,12). Creerse en la luz y poseedores de ella y manifestarles que están en la tiniebla, no podían aceptarlo y tampoco al que se lo decía. Desconcierto enorme el que les producen las palabras y la actitud de Jesús, mucho más en el ámbito y lugar donde estaban dichas.

Todo ello era un ataque frontal a quién era el verdadero dios del templo y que provoca la tiniebla en la que están. El Dios verdadero del templo debía ser el Padre de Jesús, pero no lo es, es el dinero. Esto les incapacita para descubrir quién es Jesús y, consecuentemente, quién es su Padre. Al Padre lo han arrojado de allí y se ha construido el nuevo templo donde reside la luz para siempre como auténtica manifestación de su gloria.

Aunque Jesús no contesta claramente a su ironía, si les manifiesta la razón de por qué no conocen a su Padre. Sencillamente porque no le conocen a Él. Conocer a Jesús es conocerlo a Él: "quién me ha visto a Mí, ha visto al Padre" (14,9), porque el Padre y Él son uno (10,30). Pero ellos están tan fanatizados y tan obcecados contra Jesús, que se incapacitan para tomar en serio lo que Jesús les dice, es decir, aceptar el tirón que el Padre está haciendo de los que le escuchan y se deciden al seguimiento. Pero esto les llevaría a hacer su propia crítica renunciando a lo malo y aceptando lo bueno, saliendo de la tiniebla-muerte en la que están y acogiendo la luz-vida que Jesús les ofrece.

3º.- La respuesta de Jesús

Jesús no les responde directamente. La respuesta se la ha dado un montón de veces y no le han hecho caso: "yo no estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente uno que me ha enviado, y a éste no lo conocéis vosotros. Yo si lo conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado" (7,28-29). “Porque éste es el designio de mi Padre: que todo el que reconoce al Hijo y cree en El tenga vida eterna y lo resucite yo el último día” (6,4). "Las obras que el Padre me ha encargado realizar, esas obras que yo hago, me acreditan como enviado del Padre" (5,37). Se lo ha dicho muchas veces, e incluso les ha dado el criterio decisivo para aceptarle como enviado del Padre: son las obras. La razón no está en lo que habla aunque lo haga con tal autoridad que hasta los guardias del templo reconocen que nadie ha hablado como Él (7,46) sino en lo que hace. Si sus obras no las puede hacer ningún hombre sino solamente Dios, es que Él es Dios. Cierto que a Dios nadie lo ha visto jamás, pero si vieran sin prejuicios las obras que Jesús hace, verían también que conociendo a Jesús estaban conociendo al Padre. Él es el único camino para conocerle, no hay otro: "A Dios nadie lo ha visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quién lo ha explicado"(1, 1 8). Preguntar sin ironías ¿Dónde está tu Padre? solo tie­ne una respuesta válida: donde está Jesús. Es en Él donde se ha manifestado a los hombres y donde ha querido actuar.

Lo que produce su obstinación y fanatismo es porque ellos "pertenecen al orden éste", "a lo de aquí abajo", y Jesús no (8,23-24). Es el ámbito de la tiniebla el suyo, el de Jesús es la luz. Y la tiniebla es el pecado que es quién define el orden éste, el de los que no han recibido la luz: ”vino, a su casa pero los suyos no la recibieron " (1, 11). El pecado consiste en no reconocer al Hijo, que es el enviado del Padre, y la única posibilidad que tiene el hombre de dejar la tiniebla y acercarse a la luz, dejar la muerte y recibir la vida contenida en ella: "Ella contenía vida y esa vida era la luz del hombre; esa luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han comprendido” (1,4-5). Es ahí donde está instalado el "orden éste" al que ellos, con todas sus ironías pertenecen. Por eso han convertido lo que era casa de Dios y manifestación de su gloria, en una cueva de bandidos que tiene su dios en el dinero mediante el negocio sagrado y la explotación de la gente. Desde ése ámbito y esa pertenencia ni se pue­de conocer a Jesús ni se puede saber quién es su Padre.

4º.- Quién haría hoy esa pregunta

Desde luego todos aquellos que no ven en Jesús al revelador del Padre pues, fijándose sólo en el hombre no descubren lo que ese Hombre significa si es aceptado sin parcialidad. Tienen una visión parcial de Jesús, solamente de lo que humanamente vivió en su historia ejemplarmente, su hombría de bien, su doctrina, su bondad, su preocupación por los enfermos y desvalidos, etc. Pero excluyen lo que es la totalidad, lo que explica todo en Él, porque está en su origen y acompaña siempre toda su acción. Él no actúa sin el Padre y siempre movido por su Espíritu. Como se verá en la pregunta siguiente, su Humanidad, aunque no es absorbida por su divinidad, no es un aparte de ésta, pues ambas son constitutivas de su persona. Pero estos hacen una lectura parcial del evangelio quedándose sólo con lo humano de Jesús y su historia pero no abarcan la totalidad de lo que nuestra fe confiesa de Jesús. Sin fe no se le puede conocer y, sin este conocimiento, no se puede conocer al Padre. De aquí que también se pregunten que donde está.

Otros han desconectado de tal forma a Dios de Jesús que lo han situado en un ámbito celestial, en lo alto, rodeado de ángeles y santos, tan alto y trascendente que su relación con Jesús ha quedado reducida a ser utilizado para redimir al hombre por la pasión y la cruz. Pero como si no estuviera implicado en el asunto y se lavara las manos. Una imagen de Dios señorial, Él en su gloria y Jesús en la cruz, aunque arreglado después con la resurrección. Pero ésta no es la revelación. Dios no es sólo trascendente, también es inmanente. Ciertamente no es una causa más entre otras causas intramundanas ni entra en competición con ellas. Pero ni estuvo nunca lejos de Jesús, ni está nunca lejos del hombre. Es en Él, con Él y para Él como Dios lo creó todo, redimió al hombre y lo conduce a su plenitud. Por ser creador está sosteniendo toda su obra y perfeccionándola hasta acabarla. Por ser Padre ha puesto su amor en el hombre dándole su Espíritu y haciéndolo hijo. Por eso quién tie­ne fe no pregunta ¿Dónde está tu Padre? Le basta abrir los ojos, iluminados por la fe, para descubrir que está en todas partes pero de un modo muy particular en sus hijos. Es "el más íntimo a nosotros que nosotros mismos” de san Agustín. Que se descubre en Jesucristo, aunque de una forma desconcertante para quién no tiene fe, ya que es el Hijo por naturaleza, no por adopción, del Padre. A un hijo no se le conoce como de tal padre simplemente por haber sido engendrado biológicamente por él, sino porque se parece en todo a su padre y hace las obras de su padre. Es esto lo que acontece en Jesús, por eso siempre se remite a sus obras. En Él se está diciendo el Padre porque hace no sólo lo que quiere el Padre, sino lo que hace el Padre.

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