viernes, 28 de enero de 2011

17ª Pregunta: ¿Tú, qué dices?

1º.- Quién la hace y por qué

Es una escena que el autor ha situado en el templo mientras Jesús enseñaba. La hacen letrados y fariseos que conocían la ley. Pero le hacen la pregunta con malicia: "le preguntaban esto con mala idea, para tener de qué acusarlo"(8,6). Le presentan a una mujer que ha sido sorprendida en adulterio. La ley era muy severa pues mandaba apedrear a las adúlteras. Si Jesús responde que sí, que lo hagan, lo desacreditarían como inhumano y si decía que no, incumpliría la ley.

La pregunta realmente la causa no el interés por la verdad, ni por ayudar a la mujer. Ni la ley ni la mujer les importaba a estos letrados y fariseos del templo. Lo que les interesa es ponerle una trampa a Jesús, por lo que la verdadera causa de la pregunta es la malicia en la que eran expertos como muestra todo este evangelio. Jesús con su enseñanza y sus hechos los desconcierta desautorizándolos ante el pueblo. Él "habla con autoridad, no como los escribas y fariseos" (Mc 1, 22 y 27), esto es lo que piensa el pueblo. Jesús lo hace, además en el templo, que era el centro de la influencia, el dominio y la imposición de estos. Por eso con su malicia tratan de resarcirse desacreditando a Jesús.

Pero el autor del texto ha tenido a la vista algo más profundo. Es el enfrentamiento de Jesús no sólo con los servidores y defensores de la ley, sino con la ley misma. La ley condenaba a las adúlteras, Jesús no condena a la mujer:"pues tampoco yo te condeno". ¿Por qué este enfrentamiento? Porque la ley somete, impone, domina, pero no comunica ni la vida ni la fuerza necesaria para cumplirla, con lo que conduce al hombre a un ámbito de pecado, porque no puede cumplirla y, consiguientemente, de muerte como sostendrá Pablo (Rom 8,2-3). Jesús ni trae un código de preceptos ni impone normas.

Él lo que trae y lo que comunica es vida y esta se recibe en libertad, no con imposiciones ni sometimientos.

2º.- Lo que revela y provoca

Lo primero que la pregunta, y el ámbito desde donde se hace, está manifestando, es que para Jesús la persona está antes que la ley. Hay tres limitaciones máximas de la persona, el pecado, la muerte y la ley. De las tres nos ha liberado Cristo (Rom.8,1-3). La ley se dio como una niñera (Gal.3, 24) para llegar creciendo a ser adultos. Llegados a la adultez que nos otorga el Señor, hay que dejar las andaderas de la niñera. También como el pedagogo nos capacita para ser mayores, pero cuando se llega a la mayoría de edad cesa la misión del pedagogo (Gal.3,25). No es la ley la que llega a la mayoría de edad o adultez, es la persona, a la que la ley preparaba para ser mayor. Jesús ante la mujer adúltera defiende no el cumplimiento de la ley, sino la salvación –adultez- de la que es pecadora, no porque no cumple la ley, sino porque no está en el camino de la salvación que Él le va a mostrar. Otra realidad que está mostrando la pregunta, y que la malicia de quienes la hacen no les permite ver, es la situación de solidaridad en el mal que afecta a todos, es como un empecatamiento colectivo que afecta no sólo a la adúltera sino también a quienes la acusan. Esta solidaridad en el mal no permite colocar a nadie por encima de otros, aunque la ley señale a quién ha hecho un mal notorio. Porque son todos los que están afectados, en mayor o menor medida, por este empecatamiento colectivo en el que se desenvuelve el hombre desde los orígenes y que es anterior a la ley (Rom.5,13). El interés, por tanto, no está en el cumplimiento de la ley, sino en liberarse del pecado, cosa que no hace la ley sino la gracia de N. S. Jesucristo. Él es quién salva, quién nos llama a la libertad frente a todo dominio tanto del pecado como de la ley. Es por esta llamada solidaridad en el mal por lo que van escabulléndose uno a uno los acusadores, comenzando por los más viejos, es decir, los que tienen mayor experiencia del empecatamiento que afecta a todos y que no pueden negar que les afecta también a ellos.

3º.- La respuesta de Jesús

La pregunta era ¿Tú qué dices? Y la respuesta de Jesús la ofrece con su actitud más que hablando, después de escribir en el suelo, pues muestra:

-En primer lugar la ternura de un Dios que siempre perdona. No es un juez implacable, distante, que castiga, como hacia la ley. Esta mujer ha faltado, la ley dice que se la apedree hasta matarla, pues ejecútese el precepto de la ley. La ley no salva sino que castiga. No ayuda a salir de la situación pecaminosa en la que la persona ha caído, sino que añade a la limitación del pecado cometido, la limitación de la muerte: "la ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras" (8,5). El Padre Dios expresa en su Hijo Jesús la cercanía y la ternura hacia quién más la necesita por su situación, aunque libremente se la haya buscado. Él es Padre, Él no castiga. El castigo nos lo damos nosotros al apartamos de Él. Y, aún así, Él que está cercano -más íntimo a nosotros que nosotros mismos, que dijo san Agustín - no dejará nunca de buscar a la oveja perdida y la ocasión para que cualquier hijo perdido vuelva a sentirse feliz, retornando a la casa del Padre que libremente abandonó. Dios siempre está cerca y dispuesto al perdón.

- Lo segundo que muestra la actitud y las palabras de Jesús, que no actúa como un perdonavidas al que le diera igual que el hijo descarriado se acerque o siga alejado. No. Esa imagen que hoy presentan algunos, de un Dios tan bonachón que raya en la tontorronería, está descartada en el texto. Jesús se compadece de la mujer; sus acusadores, marchándose, no la han condenado, Él tampoco la condena "Él no ha venido a condenar sino a salvar” (3,17-18) pero no deja las cosas como estaban. Pide a la mujer su colaboración a la acción salvadora de Dios: "vete y, en adelante, no vuelvas a pecar"(8,11). La acción de Jesús, que es siempre libre, llama siempre no al sometimiento sino a la libertad. La persona debe responder libremente a esa acción libre de Jesús. Demanda siempre la respuesta humana. Otra cosa sería impo­si­ción y dominio ejercido sobre ella, a lo que se somete por las razones que sean, aunque sean muy buenas, por la presión que ejercía Dios con su acción. La mejor respuesta a la acción de Dios no es el sometimiento sino la cooperación libre a su acción para que no vuelva a repetirse la situación anterior que la provocó.

4º.- Quién haría hoy esta pregunta

Hoy hacen esta misma pregunta a Dios, todos los bienpensantes de nuestro mundo que precisamente se mal fundamentan en Él para descalificar y rechazar, siempre condenando, a quienes son mal vistos por ellos o por nuestra sociedad. La mayoría de las veces obedece a desconocimiento de las personas, de su situación y de su historia. ¡Cuántas veces hemos dicho u oído la sorpresa que nos hemos llevado al conocer a personas a las que sin conocer descalificábamos! ¡No lo conocía! Es como un patrimonio de los bienpensantes creer que lo que ellos han vivido o viven o piensan, es lo auténtico, lo que hay que creer, vivir o pensar. Y lo peor de ésta desigualdad -en el fondo se creen superiores- la justifican siempre con el Dios en el que creen o con la fe de la Iglesia, cuando la mayoría de las veces no se corresponde ni con el Padre de N. S. Jesucristo ni con la Iglesia que funda su Hijo.

Muchos, basándose en la fe que dicen tener, anatematizan a todos aquellos a los que ven que no cumplen sus normas o preceptos o no siguen sus costumbres -lo de siempre, lo de toda la vida - pero sin fijarse si lo que exigen es humano o no. Muchos de ellos exigirlos a determinadas personas les produciría mal en vez de bien. Están en la línea que el evangelista llama "de la carne" que "sola no sirve para nada" (6,63). Todo esto, con lo que ellos justifican sus anatemas, no nace del Espíritu, que es quién da vida no simple cumplimiento. Lanzar anatemas a diestra y siniestra indica, además, una actitud insolidaria de desigualdad, de verse o ver lo suyo como superior a lo de los demás. Esto, en una sociedad como la que tenemos, no sólo no conduce a cumplir la misión que todos los creyentes tenemos, que es la de amar a los demás y ser vehículo que Dios aproveche para su salvación, sino que crea tal distancia con ellos que impide esa misión y contradice la actitud de cercanía que Dios tiene siempre con santos y pecadores. Revela unas actitudes inmisericordes en las que se anteponen creencias, normas, preceptos, estilos de vida, costumbres... etc. a las personas, su dignidad y su valor.

Todos estos, a veces ligeramente, otras hasta angustiados, hacen la misma pregunta: ¿Tú qué dices? Él lo ha dicho ya y no sólo con palabras, sino dando la vida en un servicio sin condiciones al hombre, a todos los hombres, justos y pecadores, negros o blancos, musulmanes o cristianos, ricos o pobres... Su amor es universal, sin limitaciones de ningún tipo. Y lo ha dicho con sus palabras dirigidas a esta pobre mujer: "Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más" (8,11). Lo que hay que hacer es abandonar todos nuestros prejuicios sobre las personas y hacerle caso renunciando a condenar.

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