martes, 18 de enero de 2011

11ª Pregunta: Y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?

Tengo que hacerle una pregunta, Señor Jesucristo (11)
  
1º.- Quién la hace y por qué


Es la misma multitud que le busca al día siguiente de la multiplicación y que se sorprende de que Jesús esté allí con sus discípulos. No buscan a Jesús para hacer lo que Él les pide, que trabajen, y no por un alimento que perece sino por el que dura dando vida eterna, le buscan porque quieren hartarse sin dar ni golpe.

El evangelista construye así una importante conversación en la que va expli­citando la señal que ha hecho Jesús ante ellos en el campo y, al mismo tiempo, le brinda la ocasión para mostrar, sobre un trasfondo eucarístico, que es Jesús mismo el verdadero pan del cielo, el que da el Padre, que es pan de vida y de tal calidad que es eterna.

La pregunta, consiguientemente, es provocada por la recomendación de Jesús de que no sean ni vagos ni gorrones, que trabajen no por lo perecedero sino por lo que Él da que tiene el sello de Dios. Este sello no es otro que el Espíritu que procede de Dios, no de la carne. Trabajar por el alimento que perece nace de la carne y conduce a ella. Trabajar por el alimento que Él da nace del Espíritu y conduce a la vida eterna ya que el Espíritu es el Amor de Dios que conduce a quien lo tiene, a la plenitud del amor.

 También provoca la pregunta el desconcierto que les crea lo que les dice Jesús. Por un lado entienden que tienen que trabajar, pero  ¿en qué y cómo? Esto ya no lo entienden. La razón está en que Jesús no les exige doctrinas y preceptos, que es a lo que estaban acostumbrados porque así se los imponía la ley, la enseñanza de sus dirigentes y se lo hacían vivir sus instituciones. Se lo imponían diciéndoles claramente lo que se les pedía, indicándoles en qué y cómo tenían que trabajar. Por esto le preguntan a Jesús. Desean saber cuáles son las condiciones que el Padre de Jesús, que es quién da el pan del cielo, les impone para obtener ese pan que quita el hambre definitivamente

2º.- Qué revela y provoca

La pregunta lo primero que manifiesta es la mentalidad de quienes la hacen. Es la típica del fariseísmo que así se la imbuía al pueblo. "Te doy para que me des” o bien "qué me pides a cambio". Tú nos das tu pan pero ¿qué nos pides con ello?, ¿Cuál ha de ser nuestro trabajo? Es una relación comercial con Dios que se fija principalmente en las obras y no en el cambio de mentalidad que Jesús les está pidiendo. Mientras no cambien esa mentalidad ni entenderán a Jesús ni harán las obras que Dios quiere.

 El Dios de Jesús, que se manifiesta en su don -que es Jesús mismo- es enteramente gratuito. Para Él no pide nada a cambio, ni le pone un precio a lo que da. Esto, desde la mentalidad que les han creado que es la que tienen, no lo pueden entender. Admiten y justifican que deben hacer tales o cuales obras que les imponen, así tendrán a Dios de su parte, les dará sus dones, remediará sus necesidades y, sobre todo al final, le podrán pasar factura de todo lo que por Él han hecho. Es la postura del fariseo de la parábola (Lc. 18,9-14), también la de los trabajadores contratados a diversas horas en otra parábola de igual significado (Mt.2,1-16). No entienden que Dios por ser amor es enteramente gratuito y nos da la salvación -el Reino - gratis, no porque ellos la hayan merecido. Lo que sí nos pide es que seamos agradecidos aceptando su don, dándole gracias y siendo solidarios gratuitamente como lo es Él.

 Todo ello comienza a provocar dudas acerca de Jesús que, a lo largo de la conversación, se irán agravando hasta llegar a la ruptura del débil seguimiento que habían iniciado. Por un lado le reconocen su categoría de maestro -así lo tratan - y hasta aceptan que el pan que ofrece viene de Dios, pero, por otro, comienzan a sospechar de Él porque son reacios a trabajar en el trabajo que Dios quiere para conseguirlo.

3º.- La respuesta de Jesús

 Jesús les responde con toda claridad: "la obra que Dios quiere es ésta: que tengáis fe en su enviado" (6,29). Los remite no a doctrinas, normas o leyes, ni tampoco a trabajos o ejercicios de virtud, sino a su propia persona. Que le presten adhesión a quién Dios ha enviado que es Él. Esto les produce una gran confusión. Ellos piensan que a quién hay que prestar adhesión es a la ley, a los profetas, a sus instituciones pero ¿adhesión a Él?, lo que justificará la pregunta siguiente ¿qué señal hace Él para poder creerle? O lo que es lo mismo ¿qué derecho tiene para pedir adhesión a su persona?

 Realmente lo que Jesús les está proponiendo es un cambio de mentalidad. Que dejen la que les domina, que se dejen de querer negociar con Dios porque no les está pidiendo obras y méritos ¿para qué si lo que quiere darles -su enviado- se lo da de balde? Lo que Dios les pide es una adhesión, un hacer suyo lo que Dios les da gratis. El es el don de Dios, lo que Dios quiere es que se adhieran a Él, que lo hagan suyo. Más tarde, en la misma conversación, Jesús se mostrará como el pan de vida, es lo mismo que adherirse, es una asimilación, un hacer suyo lo que Dios les da. Ese pan es su propio Hijo, no es ningún pan material, por eso su asimilación sólo puede ser por adhesión. Pero a esto no llegan los interlocutores de Jesús. Ni cambian de mentalidad ni piensan en otro alimento que no sea el material.

4º.- Quiénes harían hoy esa pregunta

En general cuesta mucho trabajo en la sociedad actual aceptar la gratuidad. Dominan otros criterios como la utilidad, la eficacia, el sacar provecho, la rentabilidad, etc. Con esta mentalidad en la que hemos sido educados una gran mayoría, aceptar a un Dios gratuito y la gratuidad de todos sus dones y obras, es muy difícil. El Dios que nos envía a Jesús no se guía por ninguno de nuestros criterios, no pide nada a cambio para Él ni quiere sacar provecho de ninguno de sus dones. Él es amor y es el amor el que causa todas sus obras y el que domina su relación con nosotros. Quiere nuestro bien y lo busca siempre. Por eso nos sorprende un Dios así, in-debido e in-útil como en su Hijo se ha manifestado. Pero nosotros no renunciamos a nuestra mentalidad, heredera del más genuino fariseísmo. Nuestras mismas oraciones van marcadas por la utilidad y el provecho, queremos que Dios haga nuestra voluntad, no la suya y hasta nos decepcionamos cuando pedimos y no se realiza lo que pedimos o deseamos.

Tampoco nos quedamos tranquilos si no "hacemos cosas” por Dios. Tenemos que materializar nuestra disponibilidad ante sus dones pedidos o que creemos haberle sacado. Hay que hacer. Pero Dios no nos pide cosas. El culto que Él quiere es "en espíritu y verdad". Y esto está, más que con la materialidad de las cosas, con la mentalidad y el corazón, es decir, con el interior de la persona que, sintiéndose agraciada, agradece su amor adhiriéndose incondicionalmente a quién dándose nos lo ha dado. Por eso toda nuestra obra -"la cosa” que tenemos que hacer- debe centrarse siempre en la adhesión a Jesucristo, en hacer nuestro a quién el Padre nos regala. Hacerlo el centro, el punto de encuentro enteramente gratuito, donde todo lo divino y lo humano confluye. Ese es el trabajo que Dios nos pide, que prestemos adhesión a quién Él nos ha enviado.

También hay gente que, dominadas por costumbres, tradiciones, una fe infantil, ideologías en las que han convertido su fe , creen que esos son el trabajo que Dios les pide. Cuando se topan con la gratuidad divina experimentan un choque brutal. Primero porque descubren que Dios no está de su parte, sus trabajos no son lo que Dios quería, y que no merecen a Dios porque no hay obra humana alguna que pueda merecer a Dios. En segundo lugar porque descubren un Dios in-útil, que no les sirve para lo que pretenden como trabajo hecho por Dios.

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