martes, 18 de enero de 2011

10ª Pregunta: Maestro ¿desde cuándo estás aquí?

Tengo que hacerle una pregunta, Señor Jesucristo (10)
  
1º.- Quién la hace y por qué

La hace una multitud que busca a Jesús. Son los mismos que han contemplado el signo de la multiplicación de los panes y los peces, a quienes Jesús ha saciado el hambre repartiendo lo poco que tenia la comunidad -el chiquillo- y, a consecuencia de ello, le habían querido hasta elegir rey. Pero Jesús se retiró sólo a orar. Los discípulos lo dejaron sólo y se volvieron en la barca. Al día siguiente, al volver la multitud al mismo sitio y comprobar que Jesús no estaba allí, que los discípulos tampoco, se vuelven a la ciudad. Al encontrarlo allí junto con ellos es lo que les produce extrañeza porque la única barca que había donde estuvieron el día anterior se la habían llevado los discípulos dejando sólo a Jesús. De aquí la pregunta provocada por la sorpresa de encontrarlo aunque lo buscaban. Lo buscan y le reconocen su categoría de maestro, cosa que no se le llamaba a cualquiera.

 No debieran sorprenderse de que Jesús estuviera con sus discípulos, pero sí causa sorpresa que estos le hubieran abandonado, dejándolo sólo, marchándose en la única barca disponible en retorno a Cafarnaún al otro lado del mar. No era lógica esta postura en unos discípulos aunque sí lo era desde su mentalidad. Ellos hubieran aceptado lo que la multitud quería, elegirlo rey y que les diera de comer de balde. Tienen la misma visión que la multitud, por eso no entienden que Jesús se ausente retirándose sólo a orar siendo esto la causa de su abandono. Ellos quieren un mesías triunfante, que haga prodigios quitando hambres de balde. El profeta que tenía que venir a restablecer el reino de David. Por este mesías, entendido así, estarían dispuestos a renunciar a todo porque lo tendrían todo sin tener que poner ellos nada. Le seguirían como a un líder por el que están dispuestos a renunciar a su libertad por el sometimiento -hacerlo rey- y tener así cubierta su necesidad sin tener que aportar ellos nada de su parte. Pero ni Jesús es ese mesías ni está dispuesto a quitar hambre sin que nadie colabore poniendo lo que tenga.

2º.- Qué revela y provoca

Lo primero que revela la pregunta, y la actitud que conlleva de extrañeza, es que no han entendido el signo que Jesús ha hecho reconociéndole a Dios su sitio -por la acción de gracias - y poniendo al hombre en el suyo -la solidaridad - compartiendo lo que tiene. Quién da gracias a Dios por todo lo que Él hace y de Él recibe no puede extrañarse de encontrar a Jesús cuando sinceramente se le busca. Dios está creando y manteniendo lo que crea y abocándolo hacia su plenitud. En Jesucristo nos está mostrando su cercanía permanentemente, su presencia inefable, su amor -es Padre nuestro- en todo pero principal­men­te donde los hombres más lo necesitamos que es en nuestras carencias y limitaciones.

 Tampoco han entendido que el hombre debe dar respuesta a la acción de Dios. Ésta es la solidaridad que muestra Jesús. El hombre debe responder solidariamente a Dios y a los demás, por esto tampoco puede causar extrañeza esa presencia de Jesús cuando se es solidario. Siéndolo presencializamos la comunión de Dios con el hombre, hasta el punto de constituirnos en cauce y manifestación de su solidaridad con los hombres. Así comprendemos perfectamente lo que entendemos por providencia. Dios, moviéndonos a compartir nos convierte en cauce de su acción solidaria y remedio de la necesidad humana.

Lo primero que hace es no pedir nada para sí sino colocar al hombre y su dignidad en el centro de toda actividad y finalidad verdaderamente humana y a su necesidad en el objetivo prioritario de todo tipo de desarrollo. Cuando esto sucede, Dios no es un extraño que produzca sorpresa, es el omnipresente. Pero no para quedarse ahí siendo el remediador de todos los males, sino para conducir a todos –remediadores y remediados- hacia su plenitud. Él es Padre y quiere para sus hijos no cualquier remedio para salir del paso, sino la plenitud que no sólo remedia toda carencia, sino que otorga el cumplimiento definitivo de su plan creador y redentor.

Esto lo hace Jesús -lo desarrollará el evangelista en la conversación que explica el signo de la multiplicación- mostrándose como el verdadero pan del cielo, el que Dios, su Padre, nos da y que remedia desde la raíz toda la necesidad humana, por eso nos dirá que da la vida eterna. No pone parches, remedia todo.

3º.- La respuesta de Jesús

 Realmente Jesús no responde a la pregunta que le hacen. No dice desde cuando está allí. Pero sí les aclara sus intenciones, la verdadera razón de su búsqueda. No ha sido "por haber visto señales sino porque habéis comido pan hasta saciaros" (6,26). Ellos no han visto el signo. Este mostraba por un lado el amor de Dios, reconocido por Jesús con su acción de gracias, y por otro lado mostraba lo que Dios siempre pide al hombre: que sea agradecido siendo solidario. Esta era la "señal" pero ellos no la han “visto”. Jesús los había impresionado y le habían seguido al campo, fuera de la ciudad, porque descubrían en Él un maestro pero, al remediar su necesidad gratuitamente, su búsqueda al día siguiente ya no es por lo que habían descubierto en Jesús, sino por la necesidad que tienen y creen que la remediará como lo hizo el día anterior. De aquí sus palabras que suenan a una queja amarga porque no se siente comprendido. Lo que Él ha pretendido no ha sido visto por la multitud ni tampoco por sus discípulos que lo abandonaron dejándolo sólo.

Sus palabras, además, contienen un juicio negativo de quienes se extrañan de que está con los suyos ya en la ciudad, de donde salieron siguiéndole pero a la que retornaron después de hartarse. Será en la ciudad donde Jesús les muestre la señal definitiva que les da el Padre y ante la cual -incluidos algunos discípulos- abandonarán el seguimiento. Su invitación es a que trabajen y que  no sea por el alimento que se acaba, sino por el que dura dando vida definitiva. No dice que trabajen por otra vida distinta de la que tienen, sino de ésta vida pero transida por la señal que Dios da conectándola con lo definitivo. Es Él la señal. El pan de vida que da vida eterna. Por eso Jesús no es un extraño en esta vida, es la presencia y la conexión que esta vida tiene con la vida plena, la otra dimensión que tiene ésta. El don que Dios nos da es la señal que hay que ver en esta vida y la vida que otorga es de tal calidad que está por encima de toda necesidad, incluida la que nos afecta a todos, la muerte. Ella es de tal plenitud que es necesariamente eterna.

Cuando se entiende y se vive esta realidad, se encuentra a Jesús y su presencia no provoca extrañeza. Es el don que Dios nos hace, el pan bajado del cielo, en esta vida nuestra que no es rechazada por el que desciende, sino asumida para conducirla en libertad a la plenitud que Dios quiere otorgarle.

4º.- Quién haría hoy esta pregunta

Desde luego todos aquellos que se sorprenden de que Jesús no está donde ellos le buscan y, sin embargo, aparezca donde no pensaban encontrarlo. No está donde lo quieren poner. Unos en lo extraordinario, lo portentoso, quieren signos que revelen con contundencia su presencia, haciendo milagros y portentos. Otros lo buscan sólo en la adversidad y sólo mientras ésta dura. Se acuerdan de Dios cuando se les viene encima algún padecimiento o desgracia. Estas son como el nido en el que le han colocado y lo buscan siempre ahí, pero no lo encuentran porque no está en el sufrimiento o el dolor sino precisamente en lo contrario, lo que lo vence y supera.

 Muchos hacen la pregunta ¿desde cuándo estás aquí?, extrañados porque ignoran que el Señor tiene unos lugares de presencia que le son habituales, sin negar otros más excepcionales, a los que llega siempre antes que quienes le buscan. Los conocemos como "las bienaventuranzas", precisamente las llamamos así porque quien se aventura por ellas se "ha aventurado bien" porque lo encuentra. Son sus sitios habituales y la gente con la que está ordinariamente. Él está en el lugar y con los pobres, los sufridos, los que lloran... no porque cause o le gusten esas carencias, sino precisamente para oponerse a ellas y ayudar a quienes las padecen a superarlas. Cuando nosotros nos decidimos a convivir con ellos y a preocupamos por su situación, nos llevamos siempre la sorpresa de que se nos ha anticipado. Y la sorpresa trae la pregunta porque creíamos ser los primeros o porque despreciábamos esos "lugares" y las personas que vivían en ellos. ¿Cómo va a estar Dios en determinados sitios y con tales personas? Por eso la sorpresa, lo encontramos donde Él quiere estar no donde nosotros queremos ponerlo o buscarlo. Siempre nos saca de nuestras instalaciones y nos insta a buscarlo fuera de ellas. Siempre "nos precede a Galilea". Es donde Él está donde quiere que estemos y, como Señor que es, donde desea que le sirvamos.

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